Vicente López Failde

Publicado: 12 may 2018 - 05:09

Hace más de un mes Vicente nos dijo adiós, un tanto extraviada su reconocida memoria de antaño, que capaz era de recrear cualquier cosa, y sobre todo esa memoria que solo sabe recordar lo bueno y olvida que las ofensas o los menosprecios recibidos no deben ser tenidos en cuenta, recordando lo que Cicerón dijo a César en el Senado: “Tú, César, que sueles recordarte de todo menos de las injurias”.

Vicente y yo trabajamos en una entidad provincial y aunque alejados en distintas partes de la ciudad, nos unía una vocación anti-humo, cuando las oficinas invadidas por los efluvios despedidos por tanto fumador, que de tan bien visto para la época trasladaba al oponente la calificación de un raro luchador contra unos fumadores que eran mayoría y que por ello les asistía toda la razón. Por esta era ya no se usaban aquellas escupideras de los años cuarenta, cincuenta o aun sesenta, aunque no desaparecieron las toses. Distantes Vicente y yo, se establecería una relación por terceros que me decían: “Tenemos a un intransigente con el tabaco, que nos abre las ventanas y nos hace pasar frío”. Yo encontré cierta similitud pues cada día que colega o jefe exhalaba más humo que locomotora de vapor parada en estación o saliendo de túnel, abría las ventanas de par en par exponiéndome a cierto expediente disciplinario, pero todo, la verdad, quedaba en amistoso encogimiento de hombros ante ese raro que ventilaba hasta en invierno. Mientras, Vicente, un adelantado a muchos, que iba a su distante trabajo a pie o corriendo, seguía insistiendo en su particular cruzada contra humos y derivados a la par que hacía apostolado de su deporte de correr a una edad en la que entonces la gente ya acomodada echaba panza o se tomaba unos vinos.

No sé si por esto trabaríamos conocimiento, pero fue pronto integrado en un grupo semanal de caminantes a la montaña o al valle, allá por los ochenta, el cual perduraría hasta bien entrado este siglo. Era cuando Vicente corría cross, maratones y semimaratones, siendo habitual allá donde se corriese, sobre todo en Galicia, convirtiéndose en un acólito del correr y del caminar: así que cuando venía de andadura no hacía alardes sino que iba recibiendo cual esponja todo lo que el entorno le ofrecía y siempre atento a lo que los demás contaban, convirtiéndose más que en un fijo, en un activo más del grupo precursor de caminantes, allá cuando encontrar a alguien en el monte era tan raro que nos parecía imposible que con esta naturaleza la gente aun refugiada en sus ciudades, mientras nosotros gozábamos del paisaje, el ejercicio, el balido de los ovinos o el vuelo de un águila o el fugaz y centelleante paso de un corzo o las huellas del lobo o el rumor de unas aguas, que por deseadas en algunos sofocos caloríficos nos llevarían a una situación tan cómica como cuando yendo con Failde le preguntamos a una aldeana sobre el agua que manaba límpida y canalizada: “Señora, pódese beber desta auga?”. Ella, displiciente y como con desgana, contestaría: “Ela por onde pasa, molla”. Respuesta muy gallega, sin compromiso, por lo que nos quedaríamos a cuatro velas con más sed que viajeros seducidos por espejismo en el desierto.

De Vicente podrían decirse unas cuantas cosas, que era un escultor en privado, porque su humildad no le permitía pasar esos lindes, que era un habilidoso de la carpintería o una rehabilitador de su vivienda, también un hombre entrañable y familiar, calificado de raro por los extraños, al que la suerte deparó un día hallar a Chelo para armar una familia cuando retornado de su laboral-petrolera aventura en la venezolana Maracaibo, me dijo que él ya había subido a un 5.000 cuando nosotros no pasábamos de un 2.000; era cierto, pero en funicular hasta los 3.500. Podría haberme creído que trepando desde el nivel del mar, pero no era un trolero de esos que, a luengas tierras luengas mentiras.

De Failde, el nombre que le daba entidad , uno lamenta que no se recopilasen unos dichos llenos de humor, si se quiere vulgar, pero cargados de ingenio que nosotros llamábamos faildadas, en las que podría pensarse en una primera reflexión que eran dichos simples, pero que si te ponías a pensar hallabas que revelaban una cierta profundidad y que requerían de unos reflejos que para sí quisiéramos. En la vida sucede que las prisas hacen que carezcamos de la mínima atención. Inventar un dicho, aunque pareciese una chorrada, para cada situación está al alcance de pocos.

Pasó por la vida hasta llegar a nonagenario; se le vería en varias prestaciones en su parroquia, cuando desconocíamos si su reservada vida escondía secretos de su tránsito por ella en labores sociales.

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