Don Agustín, vivo en mis recuerdos

Publicado: 08 abr 2022 - 22:42

“Honor a quien honor merece” (José Martí).

Había decidido dejar de escribir durante largo período carta alguna al periódico, al que siempre agradeceré su acogida. Me notaba y aún me noto cansado física y síquicamente para engendrar texto alguno. Pero la noticia del fallecimiento de don Agustín Madarnás, me ha sacudido el espíritu, de modo que para mí es un necesidad imperiosa hacer pública mi admiración y respeto a su figura.

Tuve el privilegio de ser alumno suyo en el viejo Instituto do Posío. Impartía la asignatura de Religión en el curso 6º de bachillerato. Una asignatura que en anteriores cursos se me atragantaba. Don Agustín tuvo la feliz idea de darme toda la libertad para estudiar toda materia religiosa. Libertad que me dispensaba y que se alargarían en tertulias a dúo en su vivienda ubicada en la rúa de Colón.

Más que un profesor de mentalidad abierta, para mí fue un amigo entrañable, a partir del altercado que tuve con el profesor Francisco Ogando. Había sido elegido por mis compañeros como delegado de curso. Cierto día le reproché al tal de las polainas su trato despectivo hacia el alumnado. Fui expulsado de su clase, con la advertencia de que jamás aprobaría la asignatura de Literatura, que él malamente impartía. Era, amén de su cátedra, secretario del Instituto, y por ello convocó al claustro de profesores para decidir incoarme un expediente para expulsarme del centro. Aparte de la mayoría que estaba en contra de la expulsión, la mayor defensa que tuve corrió a manos de don Agustín. Ogando aceptó el dictamen, siempre y cuando le manifestase perdón por mis agravios. Me negué por cuanto los ofendidos habíamos sido sus alumnos. Decidí abandonar el Instituto, solicitando matrícula muerta, para poder examinarme por libre en el Instituto de Pontevedra, para mi mayor fortuna.

Siempre le he reconocido su magisterio y su defensa en aquellos momentos difíciles de palo y tente tieso. Muchos años después tuvimos muchos encuentros, cuando frecuentábamos la farmacia de Pepe en el parque de San Lázaro, o en la calle con don Urbano, amigo común de ambos. Supe de su deteriorado estado de salud a través de Pepe. Hasta que hoy recibo la noticia de su óbito. No he podido reprimir este deseo de dedicarle unas sentidas líneas a su inolvidable persona, viva en mis recuerdos.

Sit tibi tierra levis, maestro.

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