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La denominada Inteligencia Artificial ha venido para quedarse. Y vaya que lo ha hecho, porque cada vez más su uso se generaliza en las distintas actividades de la sociedad.
Es tal la afición que los humanos le tenemos, que llegamos a preguntarle por el futuro del planeta, por el resultado de una quiniela o por otros asuntos semejantes, olvidando que esta herramienta solo busca en aquello que los propios humanos hemos subido a la nube digital de Internet.
Además, suele responder con una amabilidad y cortesía casi inexistentes en el mundo de los humanos. ¿Quién no se deja seducir por su embrujo?
La soledad, las redes sociales insultantes, la política que pasa olímpicamente de los problemas reales, las guerras, los enfados en el trabajo o en el hogar… Todo eso parece acallarse ante una IA que te sitúa en el centro de su atención, que te escucha sin interrupciones, que ofrece comprensión, alivio, desahogo, o simplemente una buena cara en forma de respuesta, imagen o voz.
Poco a poco, los humanos nos dejamos llevar por su encanto, quizá como refugio ante la negatividad que impregna tantas relaciones humanas. Pero cabe preguntarse: ¿Es un peligro su actuación o, más bien, el reflejo de nuestras propias carencias?
Quizá el verdadero embrujo no sea el de la máquina, sino el de nuestra necesidad de ser escuchados.
Pedro Marín Usón
(Zaragoza)
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