Cartas al director

Pesadilla orwelliana en Lidl

Por desgracia, hay ocasiones en que alguien es falsamente acusado de haber cometido un acto deleznable, es difamado sin ningún escrúpulo por personas, casi siempre envidiosas, trastornadas o simplemente mala gente. El trauma que pueden llegar a sufrir es difícil de explicar a quienes nunca lo han vivido. Una acusación falsa puede llegar a doler tanto o más que una agresión física, es un atentado contra la integridad y la autoestima. Se pierde el sueño, la salud y la calidad de vida social.

Hasta aquí, podéis estar pensando que estoy hablando de ser culpado de haber cometido un delito grave como puede ser una violación, un asesinato o un robo a mano armada... pero se trata de algo tan cotidiano como robar en un supermercado. Está claro que unas acusaciones son más impactantes que otras, pero en cualquier caso, una humillación en público a causa de una difamación puede llegar a provocar en una persona daños de proporciones impensables.

Imagina que acompañas a tu madre a hacer la compra en un supermercado y a la salida, el vigilante de seguridad y el personal te acusan de haber cometido hurtos, no una vez sino en varias ocasiones. Pues eso es lo que me ha pasado el pasado lunes 6 de noviembre en el Lidl de Barbadás.

Justo cuando pasamos por una de las cajas, el vigilante pide a mi madre que la acompañe para un registro. Hasta aquí todo dentro de lo normal porque todo el mundo está en su derecho a desconfiar, cometiendo un error o no. Lo que es inconcebible es que lo haga de forma coactiva, pues según los preámbulos de la ley, un vigilante no puede proceder a un registro de pertenencias privadas sin consentimiento. En todo caso deberá solicitar permiso y en caso de negativa, dicha labor sólo compete a las autoridades. Pero mucho menos puede hacerlo de forma violenta e infame como ha sido el caso, además de arrojar sus enseres por los suelos.

En ese registro ilícito no se encontró entre las pertenencias de mi madre ningún objeto sustraído. Sin embargo no sólo no se le pide disculpas sino que aún encima nos obliga a abandonar la tienda de muy malos modos. Yo, manteniendo la calma, pido explicaciones pero el vigilante nos dice que ese registro ha sido suscitado por alguien del personal, que asegura que yo soy un delincuente habitual en ese Lidl. Obviamente, creo que nos confunden con otras personas e intento aclarar el embrollo, pero ellos reafirman su acusación. En ese momento creí estar viviendo una auténtica pesadilla orwelliana, sin saber como reaccionar. Acto seguido, el vigilante nos expulsa del supermercado de forma altiva y lenguaje indecoroso ante la expectación de todos los clientes.

Llegué a casa realmente desconcertado y humillado. Cuando le conté lo ocurrido a mi mujer, se acercó allí para pedir explicaciones. No obstante, las evidencias para semejante acusación pasaron a ser contradicciones o ridículas y absurdas conjeturas tipo “su madre hablaba por teléfono mientras él merodeaba por el supermercado” o “los días que él viene al supermercado hay fallos de inventario”, algo totalmente incoherente puesto que vivo justo al lado y hago la compra a diario. El caso es que si seguimos así, las pruebas del delito habrían sido que no les gusta mi peinado o el color de mis zapatos.

Decidimos denunciar lo ocurrido, pues difamar a unas personas de forma tan gratuita y someterlas a semejante situación denigrante en público no debería quedar impune. No me pilló por sorpresa que buscando testigos para dar fe de lo ocurrido, descubrimos que no son pocas las personas que han vivido alguna situación conflictiva en esa tienda.

A día de hoy, desconozco los motivos que llevaron a estas personas a perpetrar ese linchamiento público contra nosotros ni la conducta tan poco ética y profesional del vigilante. Espero que esta desagradable experiencia que hoy hacemos pública ponga sobre aviso a cualquier persona que se pueda encontrar con una situación similar. Mi consejo es que mantengan la calma y avisen siempre a las autoridades para levantar atestado de lo sucedido.

Rubén Rodríguez y María Carmen Méndez (Ourense)