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En los años 60 y 70 soñábamos con ser artistas de cine o vivir un romance con alguna actriz de revista. Hoy, muchos jóvenes anhelan ser influencers: esas figuras digitales que, con más de un millón de seguidores, pueden ganar entre 100.000 y un millón de dólares al año solo por mostrar un producto, grabarse bailando o, simplemente, enseñar su piscina.
Nos dicen que es el nuevo sueño dorado: fama rápida, dinero fácil y vida de lujo. Pero… ¿y si desaparecieran los influencers mañana? ¿Qué quedaría más allá de las pantallas? Muchos padres ya no quieren que sus hijos sean médicos o maestros, sino creadores de contenido. Como si la estabilidad, el esfuerzo y la formación fueran cosa del pasado.
Los datos son claros: apenas unos 70.000 en el mundo alcanzan esa fama millonaria, pero millones la persiguen. Y mientras tanto, la desigualdad crece. Las redes nos venden una vida de ensueño que solo unos pocos pueden pagar. ¿Es este el futuro que deseamos? ¿Una economía basada en la imagen, mientras la pobreza se extiende y los oficios desaparecen?
Quizá sea hora de preguntarnos, como lo hacíamos al leer Fotogramas o Pronto en nuestra juventud: ¿qué hay detrás del brillo? Porque si todo lo que queda es una pantalla vacía, tal vez no estemos construyendo una sociedad, sino solo un espejismo.
La fantasía, al menos antes, sabíamos que era solo parte de una revista.
Pedro Marín Usón
(Zaragoza)
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