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Las virtudes humanas no son innatas ni espontáneas en el hombre, se adquieren a partir de las tendencias de la naturaleza humana a la verdad, al bien, a la relación, en un ambiente ejemplificador, y desde el ejercicio de su libertad. Por las virtudes, el ser humano se hace bueno, es bueno en tanto que realiza con acciones concretas su ser, y no de forma ocasional, sino con cierta disposición estable hacia el bien, que no sólo hacen buenas las acciones, sino bueno a quien las realiza.
Diversos pensadores han afirmado que cada persona 'es un ser para el amor' 'porque su plenitud está en la unión de amistad para la que Dios le ha creado'. El Amor es el fin y principio de nuestro ser y la virtud es el amor electivo bueno que facilita querer y hacer el bien. Así, por ejemplo, la prudencia nos ayuda a discernir, en los casos concretos, el amor bueno, que nuestro querer y obrar se dirijan a Dios. La justicia 'dar a cada uno lo que le pertenece', desde la situación de criaturas, nos lleva a reconocernos deudores del Amor creador y junto con ello a tratar a los demás como personas. La virtud de la fortaleza hace que nos mantengamos firmes ante la verdad y el amor, porque lo exige el bien. Y, la templanza, que ordena el amor natural desordenado, fuerza desintegradora que el hombre siente en su mismo yo y en la satisfacción de sus necesidades.
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