Simone Saibene
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Así invitaba Carlos Casares (Ourense, 1941- Nigrán, 2002) a disfrutar de la rosa en su poema Amemos. Una flor breve, advertía, por su fragilidad, aunque seguramente no imaginaba que su gran amigo Manuel García de Buciños (Buciños, Lugo, 1938) crearía una versión endurecida para recordarle siempre, una flor natural fundida con el característico bronce de sus esculturas.
La rosa siempre ha sido referencia en Occidente. En Grecia estaba asociada a Afrodita y a Venus en Roma. Ha sido helénica, pagana, imperial, feudal, católica, de enamorados, de héroes, senadores, césares, nobles y papas, símbolo de la Virgen, recurrente en la masonería y socialista, en un puño. En todo caso, símbolo del amor, la unión y el respeto. Así lo debió de pensar Buciños cuando durante el funeral de su suegra, hace ya unas tres décadas, tuvo el impulso de coger la más grande y brillante de entre las que conformaban una corona fúnebre. “Era una mujer encantadora, vivía con ella y se portó maravillosamente bien conmigo, así que quise fundir la mejor para fijarla en su lápida como muestra de cariño”, explica. Se llevó el capullo con su tallo y lo cubrió con una caliente capa de metal. “Luego seguí creando rosas para amigos muy próximos y colocarlas sobre sus lápidas en sus despedidas”, en lo que representa una especie de “ritual del recuerdo”.
Las puertas de los Estudios Abertos ya no están oficialmente tan de par en par, pero él recibe sin reparos, pese a que el timbre suena sin previo aviso. “No hay problema, estoy siempre trabajando por aquí, ¡pasa, pasa!”. Es temprano, pero entre manos tiene ya cera caliente. Está ultimando una de las piezas, de grandes dimensiones, que posiblemente exponga en la Diputación el próximo mes de enero. “Tenemos una muestra Los Buciños, mi hijo y yo, ¿sabes? Aplico esta cera y charlamos”.
Pronto la conversación gira en torno a una de las esculturas más pequeñas que hay sobre uno de sus bancos de trabajo, el boceto de una nueva flor. “Nunca conté todo lo que hay detrás de mis rosas”, apunta. Buciños recuenta mentalmente las flores de bronce que ha hecho desde la que dedicó a su suegra. Sube la mirada y rápidamente, sin darle mucha importancia, afirma que ha ido entregando una veintena a varios buenos amigos en el momento de su fallecimiento. Y casi como si estuviera describiendo la receta para cultivar una buena amistad, explica cómo esculpe esas rosas tan especiales. “Es latosa. La rosa fresca está ahí, pero tienes que estar con mucho cuidado para dar forma a las hojas y a los pétalos, una vez que los cubres con cera y metal”, comenta.
En estos días en los que todos recuerdan a sus difuntos, el artista camina por su taller y dice que a los suyos los tiene muy presentes. Asegura que les habla y los lleva cerca a través de su obra y también de sus rosas. “Es que aún no murieron totalmente para mí, mientras yo esté aquí me gusta recordar las cosas que vivimos juntos y así es una forma de hacerlo. Mientras yo esté aquí, siguen conmigo”.
La rosa es pequeña, solo unos veinte centímetros de cariño, su homenaje personal. Una obra de arte, pero también una fuente de disgustos porque nacieron para el recuerdo y parecen estar abocadas al olvido. Con el paso de los años, han sido arrancadas y robadas una a una de las tumbas. “Posiblemente, los ladrones no saben ni siquiera que es una obra mía y eso que estaban todas firmadas en una de sus hojas”, explica resignado. Cuando se le pregunta por el lugar en el que están las que resisten, su gesto cambia. “Tan solo quedan un par de ellas”, dice, sin concretar en qué cementerios, quién sabe si porque no lo recuerda o por no dar pistas y protegerlas como si fueran una especie en extinción.
Buciños lo ve como un reflejo de lo que sucede a otros niveles con el arte en Ourense. “Vivimos el Ourense perfecto, fue un auténtico Atenas, le decían”, rememora mientras le brillan los ojos. “Era cultísimo, había todos los días exposiciones, conferencias, tertulias, tomábamos el café juntos amigos como Otero Pedrayo, Carlos Casares y un sinfín de artistas más. Ahora no tiene sentido, Ourense está muerto a nivel cultural y artístico”, se lamenta el que formara parte del grupo conocido como Os sete artistas galegos (Os Artistiñas), junto a Acisclo Manzano, Xaime Quesada o Xavier Pousa, entre otros.
No le consta que los robos se hayan denunciado oficialmente. “Me entero cuando me llaman los familiares y me informan de que ya no está sobre la tumba. ¡No veas qué disgusto llevan!, pero ¿cómo demuestras que estaban allí?”, se pregunta.
Es en estos días cuando los que se visitan los cementerios detectan este tipo de sustracciones o destrozos. No son muy frecuentes, pero en los panteones o lápidas cada uno coloca lo que desea, de valor artístico o no, pero siempre con un significado emocional. Buciños cree que el robo de sus rosas está motivado no por la obra, sino por la venta del metal. “Es destrozar por destrozar, por tan solo unos cinco euros porque venden el bronce al peso”, asegura al tiempo que recuerda que han desaparecido obras suyas de hasta de doscientos kilos, como es el caso del Monumento al Emigrante, instalado en A Lama, Pontevedra. “Apareció en trocitos en una chatarrería y todavía está sin recomponer”, apunta. Todo un relato de creación y destrucción que transmite el artista, sin solución de continuidad ni dramatismos, mientras sale al jardín aprovechando un rayo de sol y se sitúa justo al lado de su monumento a Casares. Por cierto, otro olvido, un encargo para una plaza pública, pero que nunca se fue a recoger, ni a pagar. “¡Pero no pasa nada, estoy encantado con él aquí, me acompaña y le cuento cosas”.
En estos años ha despedido a muchos amigos y también se han perdido demasiadas rosas, pero Buciños sigue poniendo el foco en su intención al crearlas y no en la falta de sensibilidad de los que las sustraen. Termina la charla asegurando que no se va a rendir. “Los ladrones no pueden conmigo”, advierte, “voy a seguir regalándolas, aunque posiblemente a los amigos que aún tengo en vida, que las disfruten como pisapapeles y luego ya, si quieren, que decidan dónde ponerlas cuando ellos se vayan”.
Cuando se le pregunta por si tienen nombre, recuerda que no les pone nunca título a sus obras, “tienen que ser ellas las que consigan definirse”, explica con una rosa inacabada en sus manos. Escuchándole, perfectamente podría llamarse “La rosa del recuerdo y del olvido”.
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