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El campo de fútbol de Lobios luce nuevo césped
NUEVA OURENSANÍA
Mucha vida tiene en el cuerpo Valeriana Sarante Marte, dominicana de origen, con pasaporte neerlandés y afincada en Barreal, en Lobios. En este momento está de baja tras una operación a corazón abierto, “me dio un infarto en 2018 y no quedé muy bien, tuvieron que partirme los huesos… ¡Au!”, exclama, y súbitamente el estruendo de unos móviles que le caen del bolsillo; nos llevamos un susto de muerte. “¡Ja ja ja ja!”, ríe Valeriana, quiere compartir pesadumbre, pero ella es espíritu alegre. “De ser tan buena el corazón me explotó”, espeta minutos después, y se le entornan sus ojos “cenizos” chispeantes. Lo dicho, resurge de la adversidad con rimas, leyendas y filosofías varias.
A los quince años se fue a Aruba, allí vivió treinta y tantos años, trabajó en servicio doméstico, se casó, tuvo a su hijo y se volvió a su isla donde construyó una casa. “Por aquel entonces mi marido, que estaba en Estados Unidos, volvió y se separó de mí, me quedé muy mal”, confiesa, “decidí venir a España para salir de aquella depresión”, reconoce.
“Fui a una agencia y cogí un vuelo a Madrid, luego recordé que tenía una ex cuñada aquí y resultó estar en Monreal, un pueblo de Navarra”, relata. “Allí estuve escondida tres días en la habitación del hotel donde ella trabajaba”, ríe Valeriana la anécdota; tras la peripecia se estableció en un piso compartido en Pamplona. “En seis meses no encontré nada de trabajo”, comenta, “ni modista, ni cocinera, ni camarera, ¡nada!”, enumera. “De ahí me fui a Valencia y al día siguiente ya estaba en activo”, comenta. A los seis meses fue a por su hijo a su país y se lo trajo a España.
El salto a Galicia se produjo a rebufo de un compadre que vivía en Ourense. “Viví en Vista Hermosa y estuve empleada en bares, limpiezas, lo que apareciera”, comenta.
Conoció entonces Valeriana a un señor, con el que tuvo una relación hasta hace poco. “Él es de esta zona, vinimos en agosto de 2017”, comenta. En Barreal compró una casita, con un alquiler con derecho a compra, y como le toca a vecina, ayuda a su ex suegra. Es doña María una nonagenaria simpática y enlutada por pérdidas del pasado, de tristezas del interior, pues abierta se muestra a conversar con nosotras. “Me recuerda mucho a mi mamá y cuidarla me hace sentir bien, me relaja”, explica.
Anda últimamente sofocada Valeriana y por eso no sale de paseo con “vacas cachenas”, comenta. Se nos antoja una fantasía que esta mujer proveniente del Caribe ande al pastoreo de reses autóctonas. “Son de mi ex pareja, me viene bien caminar con ellas por el colesterol, pero ahora tengo que cuidarme, y si se me escapan por ahí no puedo correr detrás de ellas”, aclara.
“Mis padres plantaban café, tabaco, cacahuete, criaban puercos…”, explica. “Estoy aquí como en mi nacimiento”, evoca. Comprar su casita pintada de rosa y plantar sus cebollas en una finca del pueblo suponen para ella una vuelta al origen.
Tiene una edad indeterminada porque no acaba de revelar el dato y los años que pasó aquí y allá contrastan con su piel tersa y bronceada. Añade un moderno tinte violeta y una sonrisa blanca y arreglada. “¡No te digo lo caro que es!”, comenta. Merece la pena Valeriana, por el misterio que te confiere, no hay quién te saque los años.
En gallego dice que no sabe ninguna palabra “¡carallo!”, y en español del Caribe dice que “¡hijoeputa se me olvidó todo!”. No vamos a lavarle la lengua, son solo vocablos, se reconoce Valeriana cristiana hasta la sepultura y lo predica con los ejemplos de los cuidados que regala. “Luchó Jacob es una alabanza muy bonita del evangelio”, comenta.
Parecía Barreal tranquilo, pero tocan las cuatro de la tarde, y empieza a aparecer el gentío patrio. Principalmente señoras que rodean a Doña María, algún joven en tractor, y un vecino con mono y azada.
“Ahora me van a hacer otra entrevista”, comenta chistosa al despedirse, y señala con la mirada al corrillo que rodea a la anciana. Deja atrás la fuente Valeriana Sarante y se dirige, vivaracha en sus pantuflas, a sentarse con la buena dama
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