Adiós al jardín del Posío

LA CIUDAD QUE TODAVÍA ESTÁ

Publicado: 28 may 2025 - 06:20

POSÍO
POSÍO | JOSÉ PAZ

Un jardín es el último refugio de los dioses y también de los hombres. Un lugar donde reencontrarse con las plantas, con las aguas, con los animales, es decir, con el gran milagro de la vida. Entrar en un jardín es participar de lo insólito, intuir el misterio del universo entre los árboles, y no entre cosas que comprar. Imagino que una trascendencia así buscaban quienes fundaron hace siglo y medio el Jardín del Posío, en una Auria entonces pequeña y sin tráfico. Este jardín quiso ser un rincón de naturaleza experimental alejado de los ruidos de los hombres y sus ansias de productividad. Un lugar para la conmoción que llenaron de especies exóticas traídas del Botánico de Madrid. Como todos los jardines, El Posío buscaba escapar de la vulgaridad, para que el paseo por sus arriates sirviera como medicina para aclarar la mente y ayudase a florecer los pensamientos mejores. Para que los ciudadanos practicasen la “suave fascinación” que surge cuando nos entregamos al momento presente. Por eso, en sus discretas avenidas de boj se celebraban bailes y la gente se esparcía en la hierba. Entre los árboles del Posío se conocieron mis padres y nosotros, de niños, nos escapábamos para escondernos en la sombra de sus magnolios y recibir ese fogonazo de inmortalidad que es contemplar al pavo real.

Cualquier ciudad cabal celebraría su patrimonio arbóreo y arquitectónico para conservar ese regalo, porque el Posío es un regalo

El jardín del Posío, como todas las obras bellas, fue construido para la eternidad. Recordemos que un jardín histórico, como un edificio histórico, no es una propuesta para que lo destruyan a su antojo los humanos venideros con supuestas “reformas integrales”. Ha venido a permanecer. Desde que lo conozco se ha sometido al jardín a un desdentamiento constante, instalando unas farolas absurdas que hacían daño con solo mirarlas, cementando la avenida central, dejando las calvas de las palmeras canarias que infectó el picudo… Aún así permanecía lo esencial: los árboles, el maravilloso cierre histórico, las pajareras. Amar al jardín del Posío pasaría por respetarlo. Cuidar de sus árboles, reponer las palmeras con algún otro ejemplar menos exótico y resiliente, adecentar los caminos de zahorra, alabar sus hierbas vagabundas y su hojarasca sería suficiente y costaría menos que esos vergonzosos dos millones y medio de euros que se van a derrochar para estropearlo.

Cualquier ciudad cabal celebraría su patrimonio arbóreo y arquitectónico para conservar ese regalo, porque el Posío es un regalo. Pero aquí se pretende la desmemoria, romper el vínculo entre generaciones, acabar con todo. Se va a transformar el jardín en una plaza dura y sin sombra natural. Parques históricos como el Retiro de Madrid o la Alameda de Santiago se conservan como están y a nadie se le ocurriría cubrirlos de hormigón, instalar columpios o una cafetería absurda. Y mucho menos asesinar a los árboles viejos dejando a esta ciudad-horno sin refresco. Los grandes enemigos de la vida son la ignorancia y la soberbia. Es una tristeza que lo que se busque en un jardín no sea la medicina del alma que suponen los árboles, sino que se insista en el cementazo, en la terraza, en el domingueo barato. Que se traicione el espíritu de un jardín antiguo para construir una feísima explanada de centro comercial. Con la destrucción del Posío muere un poco esta ciudad. Es algo doloroso, como fue en su día la obra del parque de las Mercedes, que destruyó una plaza histórica con un empedrado fenomenal para transformarla en un rincón triste y sin memoria. Una parte de Auria va a ser impunemente asesinada. Las próximas generaciones comprobarán que el pasado no puede inventarse y que el hormigón no da sombra.

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