De Alaska a Washington

Publicado: 22 ago 2025 - 03:10

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La reunión de Alaska fue una dolorosa bofetada sin manos para cuantos, por inercia, ingenuidad o temor, aún creían en la independencia política de Donald Trump frente a Vladimir Putin. Sea por afinidad y admiración del inquilino de la Casa Blanca hacia el zar, sea por chantaje de éste (incluyendo quizá los archivos Epstein que demostrarían sus violaciones a menores y su complicidad en el tráfico), o sea por ambas cosas, lo cierto es que Trump demostró sin ambajes que depende en muy gran medida de las instrucciones, al menos a grandes trazos, que recibe del Kremlin. La humillación de cuanto representaban hasta hace poco los Estados Unidos de América fue grave y deplorable. Alfombra roja colocada al pie del avión presidencial ruso por militares estadounidenses, la siguiente generación a la de aquellos que fueron entrenados para enfrentarse al oso ruso. Lavrov, el criminal Lavrov, pavoneándose con una camiseta soviética (a él, en cambio, nunca la afeará Vance su atuendo). Trump aplaudiendo como una cheerleader al genocida de Moscú al verle bajar del avión y caminar hacia él. Y todo para no sacar absolutamente nada de la delegación rusa y ver cómo, tras cerrarse en falso la reunión, acortada, Rusia volvía a asesinar a civiles ucranianos bombardeando con saña, no los objetivos militares del país invadido, sino simples bloques de viviendas.

"Europa y todo el Occidente liberal-ilustrado, de Canadá a Nueva Zelanda, de Australia a Japón, de Taiwán a Corea del Sur, debe unirse más que nunca para decirle un sonoro “no” a Putin y a su mayordomo de la Casa Blanca"

Tres días más tarde, el pasado lunes, Trump recibió en la Casa Blanca (que ahora parece un decorado del cine indio de Bollywood, con tantos oropeles que hacen falta gafas de sol) a un desconfiado Volodímir Zelenski y a unos líderes europeos aún más desconfiados. Tenían motivos para desconfiar. Trump no es imparcial, ni es de fiar. Trump tiene la estrategia de un pandillero de barrio bajo, los modales de un tahúr, la moralidad de un pedófilo, la ética de un tramposo, la temeridad de quien se pulió la herencia y quebró seis veces, la estupidez de quien logró arruinar un casino, la arrogancia matonil de los bullies y el repulsivo servilismo de los lacayos. Nada bueno podía salir de la reunión de Washington, y no salió, como nada bueno podía haber salido de la de Alaska, y tampoco fue el caso. Las garantías de seguridad que ofrece ahora Trump a Ucrania son un burdo anzuelo por que Kyiv ya tiene esas garantías desde los años noventa: el Memorando de Budapest que Moscú ha violado dos veces y Washington no ha honrado cumpliendo lo que disponía. Tan sólo Londres ha sido más o menos fiel a lo escrito en aquel documento. La insistencia de Trump en asegurar la cesión de territorios a favor de Rusia, consolidando y legitimando la ruptura de fronteras por la vía militar, es, además de una vergüenza, una temeridad porque Rusia volverá por más. El régimen ruso, cuya casta dominante está compuesta principalmente por los “siloviki”, los fontaneros del poder político anclados en las agencias de inteligencia y en el partenariado cívico-militar ultranacionalista, no tiene en el horizonte la misión de capturar un par de provincias ucranianas, ni de conservar Crimea, ni tampoco de que no haya misiles occidentales cerca de sus fronteras (¿qué más les daría la frontera ucraniana que la finlandesa, de más de mil kilómetros). Su misión es de más largo plazo: resituar a Rusia como potencia mundial a la par con los Estados Unidos y con China. Rusia sabe desde siempre que su fuerte no es la economía. No puede conquistar el mundo con visión empresarial ni tecnológica, como Washington. Ni con producción barata, como Beijing. Ni con cultura y “soft power” como Europa, Canadá, Japón o Corea del Sur. No, Moscú sólo puede ser relevante en el mundo mediante el chantaje militar, incluido el nuclear. Moscú, que se duele de tener a Occidente puerta con puerta, para que se vea la extrema prosperidad de Estonia frente a la gris misera de la Rusia vecina, cifra sus opciones en la amenaza. Mientras vocifera contra la “presión” de los misiles occidentales y de las patrullas aéreas de la OTAN en el cielo báltico, nos enseña cada día los dientes en forma de misiles hipersónicos a prueba de escudos. El chantajismo de Putin sólo se diferencia del de Kim Jong-un en una cosa: el tamaño.

Alaska fue un fiasco, Washington una foto estéril. Europa y todo el Occidente liberal-ilustrado, de Canadá a Nueva Zelanda, de Australia a Japón, de Taiwán a Corea del Sur, debe unirse más que nunca para decirle un sonoro “no” a Putin y a su mayordomo de la Casa Blanca. Urge una recomposición del mundo occidental excluyendo temporalmente a los Estados Unidos, por arriesgado y antieconómico que ello resulte, hasta que ese país se desprenda del neofascismo MAGA y vuelva a estar en sus cabales. Los Estados Unidos no salvaron en dos guerras mundiales y una guerra fría. Hoy el resto de Occidente debe salvarlos a ellos… de sí mismos. Europa y los demás aliados deben tomar al país de Jefferson y sacudirlo agarrando las solapas de Trump. No al chantaje ruso y no a la complicidad trumpista, que busca deshacer la mismísima Ilustración occidental. Venzamos en Ucrania o Putin vendrá por más: mañana estará en Varsovia y pasado en París. Impidámoslo.

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