Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
Benín es un pequeño país del Golfo de Guinea, de dimensiones y población parecidas a las de Cataluña, que conserva el patrimonio monumental del imperio de Dahomey, hace compatible el cambio con la continuidad de sus culturas autóctonas -bien visibles en la arquitectura y las formas de vida del mundo rural y en la vigencia del vudú entendido como una cosmovisión actual e integradora- y muestra los vestigios de la historia colonial y el comercio esclavista. País conformado históricamente por distintos reinos, fue punto de llegada y salida de esclavos, que eran secuestrados en las tierras de alrededor y enviados a América desde el puerto de Ouidah. Un pasado con una historia de hierro.
La vida misionera de Julia Aguiar, el “ángel de Benín”, nos recuerda el “grito” de aquel graffiti en una calle de Managua: “Dejen el desánimo para tiempos mejores”
Se habla poco de la historia de África pese a ser una historia que nos cruza a todos. Una historia que se diseminó por los lugares más recónditos del planeta. Se ha estudiado mucho, y cada vez hay más especialistas en este continente. Pero se cuenta poco. Sigue sin “vender”. Sigue siendo una historia de segunda o tercera categoría desde la óptica de los países del norte.
A Benín le llaman el cerebro de África y es uno de sus aspectos más significativos. La sociedad del país tiene elementos positivos, compartidos por otros pueblos africanos: la acogida y la hospitalidad, la alegría de vivir, el sentido del compartir y la resistencia al sufrimiento y al dolor y, por supuesto, la fe profunda en Dios. Como en otros países africanos, la pobreza y la corrupción son problemas serios, profundos.
Y un 12 de octubre de 1976 llega a ese país africano la hermana Julia Aguiar, franciscana de la Madre del Divino Pastor oriunda de Porto, un pequeño pueblo del ayuntamiento de Vilar de Barrio. Su primer destino a su llegada fue el hospital Saint Camille de Dogbo, pero pronto puso en marcha un hospital en Zagnanado, “Gbémontin” que curiosamente significa “allí donde se encuentra la vida”, un centro sanitario al servicio de los más pobres de los pobres. Julia ha logrado hacer de este centro hospitalario un referente mundial en el tratamiento y detección de enfermedades tropicales desatendidas como la úlcera de Buruli, una enfermedad infecciosa que guarda similitudes con la lepra devorando la piel y que puede producir desfiguraciones permanentes y discapacidad afectando especialmente a niños y adolescentes. Gracias a la entrega de esta misionera y de su equipo médico se han salvado miles de vidas. Es una referencia mundial en el tratamiento de esta patología tropical. Galardonada con premios de reconocimiento por su labor médica huye de aplausos y menciones honoríficas. La hermana Julia lleva grabado en el alma el espíritu de Francisco de Asís y le gusta repetir con frecuencia la frase de este santo que inspira su labor: “Hasta ahora, hermanos, no hemos hecho gran cosa, empecemos hoy otra vez”. Una máxima que la ha acompañado durante estos 49 años de misión asegurando que “la fuerza para afrontar casi medio siglo de entrega a los más desfavorecidos la da Dios”.
Su vida no es heroísmo romántico, es fidelidad cotidiana. Su día a día es madrugar sin certezas, pero con fe. Es cansarse y arrugarse por los más débiles y olvidados. Es llorar y volver a empezar con la Esperanza del Espíritu de Jesús. Es “romperse” cada día para regalar la caricia de Dios siendo una samaritana con los de más abajo “para que tengan vida en abundancia”. Supo dejarse “contagiar” de los valores del Reino y convertirse junto a sus compañeras en remedo de ángeles, movida por un incontenible impulso de entrega, por un sentimiento inaplazable de solidaridad, por una actitud irrefrenable de sacrificio. Ella como los misioneros en tantos rincones de la tierra encarnan la bienaventuranza de los mansos, el corazón de los testigos de la paz, la alegría de los que sirven a fondo perdido. Son los poetas del Evangelio, los artistas que ponen belleza en los horizontes más cerrados. Julia Aguiar nos recuerda que mientras el mundo se repliega sobre sí mismo, los misioneros salen a los caminos más intransitables; mientras muchos levantan muros de intransigencia, ellos tienden manos. Mientras el miedo dicta silencios cómplices, ellos pronuncian palabras de vida. Son Buena Noticia. No miden su entrega, la desbordan. No buscan ser reconocidos, buscan ser fieles.
La vida de la hermana Julia nos enseña que la fe se mantiene de pie cuando se pone de rodillas ante el sufrimiento del otro. Que el Evangelio no se declama, se encarna. Y que la esperanza tiene nombre, muchos nombres. Felices quienes no se acostumbran nunca a la insensibilidad y al desinterés.
La vida misionera de Julia Aguiar, el “ángel de Benín”, nos recuerda el “grito” de aquel graffiti en una calle de Managua: “Dejen el desánimo para tiempos mejores”.
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