La Región
JARDÍN ABIERTO
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La mirada retrospectiva al desastre del 29 de octubre deja mucho que lamentar y, al menos en lo referente a la trilogía redentora de la catástrofe (verdad, justicia y reparación), nada que celebrar. Llanto, solo llanto, por nosotros mismos y por quienes se han erigido en gestores de nuestras vidas en el contaminado ámbito de la política.
Es desolador constatar cómo los 229 muertos y la desidia de las autoridades (las centrales y las autonómicas, porque la diferenciación no consuela a los damnificados) se han convertido en armas arrojadizas de la absurda guerra partidista, en la hora plañidera de los homenajes oficiales a título póstumo en el primer aniversario de la tragedia.
En la campa político-mediática (cada vez cuesta más saber dónde empieza y donde termina cada uno de los dos oficios) la primera línea solo entiende de reproches de ida y vuelta al adversario. Las cuestiones relacionadas con la reparación, la situación de los afectados, el recuento de sus necesidades, la lentitud en la llegada de las ayudas, la reconstrucción de los pueblos devastados, el arropamiento a las familias rotas, etc., quedan veladas por la lucha entre partidos políticos por endosarse la culpa.
Sostuve desde el principio y sigo sosteniendo que el cruce de la desidia de Mazón con el tacticismo de Sánchez (este hizo todo lo posible por poner en evidencia los errores de aquel) fue letal para lo que de verdad importaba en aquellos momentos: movilizar todos los recursos para ayudar a las víctimas y hablar solo de reconstrucción.
En ese sentido quien se está llevando la peor parte es el todavía presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón (PP). Lógico, porque sobre él recae el máximo nivel competencial en materia de protección civil. Y los hechos ya le han retratado como el gobernante que, abstraído en su famoso almuerzo del “Ventorro” mientras sus paisanos se ahogaban, no supo, no pudo o no quiso estar donde debía, en el puesto de mando. Tan irrebatible es su indolencia que el Gobierno de la Nación la convirtió desde el minuto uno en la tapadera de su parte de responsabilidad en lo ocurrido en un determinado punto del territorio nacional.
Sostuve desde el principio y sigo sosteniendo que el cruce de la desidia de Mazón con el tacticismo de Sánchez (este hizo todo lo posible por poner en evidencia los errores de aquel) fue letal para lo que de verdad importaba en aquellos momentos: movilizar todos los recursos para ayudar a las víctimas y hablar solo de reconstrucción. Recursos, no épica, aunque muchos se conformaron con poner música al melancólico lema machadiano de que “solo el pueblo salva al pueblo”.
Tenemos pendiente un sanador reparto de culpas por la gestión de la tragedia y de sus efectos, en función de las obligaciones previamente asignadas en distintos niveles de responsabilidad. Pero me parece que lo estamos afrontando con mucho sectarismo y poco propósito de enmienda. La lapidación social, política y mediática del presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, escenificada en la masiva manifestación del fin de semana en Valencia, es justa. Pero incompleta. No hay una sola causa. No hay un solo culpable.
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