"Asilos de posguerra"

Publicado: 27 oct 2024 - 00:56

Jueves, 24 de octubre

Sólo hablé una vez con este hombre capaz de arrancar de las calles a miles de ancianos a quienes ha dado cobijo en cerca de un centenar de residencias. Recuerdo ahora el verso de Allen Ginsberg: “Hombres estropeados en los ejércitos / ancianos que lloran por los parques”.

Cierto, sólo una vez hablé con él. Hace años, serían las nueve de la mañana cuando le vi entrar en el Café Latino. Pidió un café con leche. Me aproximé a él un poco tímidamente: “Don Benigno, me alegro de conocerle, soy un admirador de su obra”. “No, hijo, yo soy un humilde sacerdote. Somos muchos los que hemos trabajado para llevar esto adelante”.

Don Benigno tomaba su café lentamente. Recuerdo su mirada cálida y su gesto levemente sonriente y le dije: “Sabe, yo conocí los tristes asilos de la larga posguerra. Conocí el de Verín que llevaban adelante con trabajo titánico un puñado de monjitas. Recuerdo su mobiliario antiguo y una débil luz eléctrica. Allí vivían arracimados un montón de ancianos”. Don Benigno me escucha con mucha atención. “Tenían hasta vacas para dar leche recién ordeñada a los ancianos. Me acuerdo del alborozo con que recibieron el regalo de un televisor en blanco y negro que les había conseguido Gómez Pato”. Don Benigno me responde: “Yo, como tú, percibí el abandono y la precariedad de medios de aquellas generaciones. Sabe, desde niño yo tuve eso que llaman vocación. Supe pronto que mi vida estaría siempre al lado de los más necesitados. Comencé con aquello de Cáritas y hasta aquí hemos llegado”. De pronto me pregunta: “¿A qué se dedica usted?” “Pues mire, soy periodista”. Después me habló de lo importante que era tener vocación, tener claro a qué te dedicarías en la vida. “Es mucha suerte poder trabajar en lo que a uno le gusta”. Tomó su café y me atreví a decirle: “Deme algún consejo”. Me puso la mano en el hombro: “Lo importante es no hacer daño y ser fiel a uno mismo”. He procurado seguir sus consejos.

Escribí una vez que su polémico juicio está en el imaginario colectivo de la ciudad. Los suyos sostienen su inocencia “Y si ocurrió, no lo hizo para enriquecerse”.

(No sin espinas, logró la utopía. Reconozcámoslo. Fue un visionario. Él fue el autor del cambio: desde aquellos oscuros asilos a las cómodas residencias que hoy dan calidez y cobijo).

Viernes, 25 de octubre

1Presentó Antonino Nieto en la ciudad su última obra: El ojo que todo lo esconde, o el cuchillo que trocea a los inocentes. Estuve entre los presentadores en El Liceo. Cielo santo, Tonino, mi viejo amigo, compañero de tantas movidas desde los lejanos años setenta en Madrid.

Íbamos a presentar el libro y se nos acerca alguien de larga melena, gafas redondas y mirada herida. Nos dice: “Yo les conozco de aquel local de la calle Libertad, La Vaquería, allá en los años setenta. Allí asistí a tertulias y alguna vez hablé con ustedes, seguro no me recuerdan”.

Cielo santo, La Vaquería. Era nuestro local favorito allá en la década de los setenta. Abrevábamos allí los ‘contestatarios’, así nos llamaban los bien pensantes. Era un local lleno de vida y sueños. Lo dirigía el poeta Emilio Sola. Malos recuerdos, ciertamente nos salvamos por los pelos. Recuerdo bien, era la noche del 7 de junio de 1976. Allí estuvimos Tonino y yo hasta eso de las dos en que cerraba el local. Eran tiempos inquietantes, acababa de morir el general y camadas de jóvenes de extrema derecha entraban en nuestros locales al grito de Cristo Rey. Imagínate la canción que teníamos que cantar. Verídico, esa madrugada una bomba de poderosa potencia destruyó totalmente el local. Sólo quedaron las cenizas. El atentado lo reivindicó un grupo llamado ‘Defensor de la moral’.

Pero que no se me vaya la olla. He de hablar de la presentación y del libro de Tonino. Poemas que sacuden los demonios y abren tu mente como en un ejercicio catártico. Tonino hace de sus presentaciones un happening, un show. Recita e invita a que salgan a la calle los clowns. Detiene el recital y grita contra este grave aturdimiento a que nos someten. “¡Estamos vivos!” El poeta danza sobre este mundo ciego. En un momento aúlla: “Decid todos conmigo el nombre de vuestras madres”.

(Su libro, ‘El ojo que todo lo esconde, o el cuchillo que trocea a los inocentes’, es una invitación a vivir lírica y poéticamente).

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