Besos en el cuello

HISTORIAS INCREÍBLES

Publicado: 10 ago 2025 - 04:10

Opinión en La Región
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El verano ya en agosto es una esponja. La apretamos a dos manos y va soltando el grito de los pájaros, el amor adolescente, tu mirada tras los cristales de esas gafas de titanio.

Es muy temprano. La noche hace casi nada nos envolvía en su papel celofán que ahora rasgamos. El día amanece fresquito para engañarnos, pero luego se pone a calentar a lo loco esta jornada que estrenamos.

El sol, cómo hacer un poema de agosto sin citar ese fuego amarillo y ácido, va friéndonos como sardinas mientras tú te vistes de mujer desnuda con dos trapos.

Escribo con este pequeño lápiz mordisqueado, ese que nos regalaron en Marineda City, cuando, sin hacernos falta, compramos aquellos floreros de cristal de cuarzo, en los que nunca pondrás las flores que yo te corto de vez en cuando. Tampoco estarán en ellos, aquellas que pinto, sobre tu cuerpo mojado.

La pamela, la toalla, esa crema after, tus muslos blancos… y te hago fotos con mi IPhone, disparatado. Esa revista que nunca vas a leer te queda bien para sujetar la sombrilla gigante que clavas en la arena, esa que tiene rayas blancas que se cruzan para hacer guapo.

Las gaviotas, feísimas ellas, fruncen el entrecejo y nos miran envidiosas los bocatas ya casi derretidos o licuados. Y pasa una nube autista y solitaria que nadie espera, para recordarnos, de nuevo, que sólo en este mes se nos evaporarán las vacaciones, sin desearlo.

Pero el tiempo pasa y la orilla de este mar se va quedando más sola. Paladeamos entonces lo que es el silencio con irisaciones de algas, moluscos, y barquitos preciosos que avanzan haciendo rayas blancas por el suelo de agua que se estremece

Las arenas finísimas son, creo, las raspas que se dejan en la playa esos peces grandes, más grandes y los chicos. Las aguas azuladas, plagadas de cefalópodos, son las olas que van y vienen, mientras nos despanzurramos esperando bobos que no pase el tiempo.

Pero el tiempo pasa y la orilla de este mar se va quedando más sola. Paladeamos entonces lo que es el silencio con irisaciones de algas, moluscos, y barquitos preciosos que avanzan haciendo rayas blancas por el suelo de agua que se estremece, tiembla y vibra ya que, al fin y al cabo, es una piel, o vete tú a saber, a lo mejor es sólo un suspiro de las sirenas y minotauros.

El sol se va arrodillando poco a poco como una beata en el fondo de esta iglesia que es este mundo nuestro. Estás guapa con el cabello chorreando y con esas gotas de agua que suben y bajan por tu geografía blanda. Te da vergüenza y te tapas como la venus del cuadro y entonces me pareces suave y de terciopelo. Eres, cómo no, un tapiz del siglo XV o a lo más del XVIII.

En la playa todo el mundo está sentado, como esperando, porque todos estamos a la espera de que ocurra algo importante. Pero no pasa nada a no ser tú y yo que nos miramos y ya nos parece un hecho extraordinario.

A la postre se va apagando levemente ese calor impertinente y comienzan a escucharse los pasos ingrávidos de este final del día. Viene un airecillo suave, fresco y yo creo que enamorado. Lo digo porque, sin preguntarnos, se pone a darnos besos en el cuello, embelesado.

A lo mejor es Dios que recoge sus bártulos y con sus labios de aire nos acaricia la espalda. A lo mejor es Dios. Y sus palabras, las que se pierden, se convierten en conchas bien pequeñas, para que las habiten los moluscos y los cangrejos dorados.

Amar al atardecer es entrever lo eterno como si, también, fuese humano.

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