Miguel Abad Vila
TRIBUNA
El experimento de Minnesota
El expresidente de Brasil, el militar Jair Bolsonaro, quiso demostrar que era un alumno aventajado del presidente de Estados Unidos y urdió las mismas maniobras para no dejar el poder cuando fue derrotado en las urnas por el izquierdista Luis Inazio Lula da Silva. Ante la perspectiva de perder las elecciones comenzó a sembrar dudas sobre el sistema electoral y cuando la derrota se hizo evidente sus seguidores se plantaron delante de los cuarteles para pedir a los militares que impidieran el relevo en la presidencia del país el 1 de enero de 2023. Una semana después el 8 de enero, una turba de seguidores del líder ultraderechista irrumpieron en los edificios de los tres poderes del Estado en Brasilia, pero no lograron consumar el proyecto bolsonarista que iba acompañado de un plan para asesinar a Lula da Silva y al presidente del Supremo brasileño, Alexandre de Moraes.
Cuatro de los cinco jueces del más alto tribunal brasileño han sentenciado a 27 años de cárcel a Jair Bolsonaro por intento de golpe de Estado, intento de abolir el Estado de derecho y organización criminal con pruebas suficientes de su actividad para impedir la alternancia. A Bolsonaro le acompañaran a prisión media docena de militares de alta graduación que tenían mando en plaza y otros que estuvieron al lado del expresidente brasileño durante la etapa al frente del país. Los jueces han sentenciado que Jair Bolsonaro pretendía revertir los cuarenta años de vida democrática que vivía el país desde el último gobierno militar. La situación de polarización que vive Brasil hace difícil pronosticar cuál será la reacción de los sectores bolsonaristas si su líder, que ya cumple condena en arresto domiciliario y con un grillete telemático, es trasladado a una prisión civil para cumplir la sentencia.
Brasil se ha convertido en un ejemplo de cómo se puede luchar con la legalidad para abortar los intentos involucionistas de los partidos de ultraderecha cuando no respetan las decisiones de las urnas
El caso del enjuiciamiento de Bolsonaro ha dado para demostrar cómo Donald Trump está decidido a intervenir en los asuntos internos de otro país. En este caso el expresidente condenado era uno de sus líderes ultraderechistas de referencia y ha llegado a comparar su situación con la que él mismo padeció. Con una diferencia: Trump logró que los tribunales cedieran a sus pretensiones y que no fuera juzgado por su propio intento de golpe de Estado cuando sus seguidores asaltaron el Congreso de los Estados Unidos y puso en riesgo la continuidad de una de las democracias mundiales más acrisoladas. Trump también presionó a Brasil con su política de aranceles para tratar de doblar el brazo al gobierno de Lula da Silva, para que no siguiera adelante el procesamiento de su correligionario, que ha aguantado el envite y que espera ahora la reacción del mandatario estadounidense a lo que considera “una caza de brujas”.
Brasil se ha convertido en un ejemplo de cómo se puede luchar con la legalidad para abortar los intentos involucionistas de los partidos de ultraderecha cuando no respetan las decisiones de las urnas, y ha demostrado que se puede hacer frente al gigante americano cuando hace de la injerencia en los asuntos internos la base de sus relaciones con otros países y es necesario mantener la legalidad y la dignidad nacional.
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