Manuel Baltar
Belfast child
DEAMBULANDO
Detenerte para ver simplemente cómo las hojas de los árboles van cayendo a medida que nos aproximamos al invierno puede devenir en contemplativo placer, si sensibilidad y paciencia para ello tenemos. Las hojas del nogal se van desprendiendo; cada segundo cae una de las que han adquirido una tonalidad amarillenta; también las marrones que secas parecen. Abandonaron el nogal, desnudo en menos de un mes. A las higueras ya se les aceleró una más precipitada caída por el postrero noviembre que dejó en pocos días el árbol desposeído. Más reticentes, los manzanos que algunos aun retienen sus frutos y los más resistentes de entre ellos aguantarán con manzanas allá por las heladas. Ya los cerezos, tiempo ha sin hojas, muestran unas yemas que estallarán por las postrimerías de marzo, y por abril, vestirán de blanco todo su perímetro.
Los membrilleros retendrán por más días sus hojas; estos frutales que tienen una de las más bellas floraciones, de las más tardías también entre todos los frutales… y qué decir de las multicolores vides con las hojas más teñidas del vegetal universo alfombrando laderas y bancales asentándose en los valles en una otoñal explosión como culmen de todo ese alarde de colores.
A las higueras ya se les aceleró una más precipitada caída por el postrero noviembre
Dentro de este mar de frutales, los llamados de hueso empiezan el desprendimiento de su follaje cuando aún habrá otros que no lo han comenzado o salvo que las cortantes y municipales sierras mutilen tempranamente a esos plátanos hispánicos que por este otoño nos regalaron con sus colores si a salvo de sierras, hachas o tijeras. Se empeñan muchos municipios en talar el ramaje para ahorrarse limpiezas del follaje, privando a paseantes del placer multicolor de las ramas, abreviando por este corte anticipando la vida de los árboles.
Los naranjos, prolíficos cuando en hábitats protegidos, que muchos al amparo de muros nunca soltarán unas hojas, que, insensiblemente, se irán renovando sin que lo apreciemos, lo mismo que su pariente el limonero.
Pasan los inviernos y las resinosas no sufrirán otro deshoje que el de la reposición, lo mismo que ese discutido gigante traído de Australia, el eucalipto, y sus parientes de los que algunas acacias como la de Constantinopla que orna las márgenes del Barbaña, allá por cerca de donde el terraplén de A Barronca, cuando fue basurero municipal, inexistentes porque los hoy paseos laterales eran otrora enmarañadas sendas de pescadores, aún más enredadas porque no podían transitarse las orillas de un río sin vida.
Siempre tuve entre mis predilectas la poética canción Les Feuilles mortes que casi recitaban el actor y cantante Ives Montand (...)
Nunca asistí a la caída de la hoja en O Teixedal, porque a estos árboles no se les cae estacionalmente, como también a los por ello perennifolios acebos, pero sí a los que le dan contraste como álamos, abedules, carballos, servales de cazadores, fresnos, avellanos en este bosque del Terciario, según certifica el mejor libro sobre aquella masa forestal, del ingeniero de montes Eduardo Olano Gurriarán con espléndidas fotos de J. Félix Romero. Olano enumera hasta 408 tejos (taxus bacatta). Con Romero pasó muchas horas de las cuatro estaciones metidos en este multicolor bosque para ir el uno datando, el otro fotografiando hasta la extenuación de lo que ha salido la más renombrada y autorizada descripción del Teixedal, que uno conozca. Cuando me encuentro con Olano le reitero mi consideración por tal estudio. No podría hacerle un homenaje de reconocimiento al autor de las fotos, el ya desaparecido José Félix, mas si a su viuda Chus G. Gurriarán. Recordamos que O Teixedal se libró de los incendios que este estío han arrasado las Trevincas gracias a la colaboración de los celosos y vigilantes vecinos y de otros voluntarios para que el fuego no penetrase el santuario.
Siempre tuve entre mis predilectas la poética canción Les Feuilles mortes que casi recitaban el actor y cantante Ives Montand y la también actriz y cantante, musa del Existencialismo, Juliette Greco, porque mejor homenaje a lo que cae, lo fugaz del tiempo, como esas hojas que se desprenden cada año, pero ellas rebrotan al siguiente con renovados follajes.
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