Cálculo de conciencia

Caminaba pensando que finalizaba la semana escaqueándose con éxito de la concienzuda operación jaula en el centro de A Coruña con la que organizaciones no gubernamentales como Cruz Roja, Médicos sin Fronteras y otros chalecos no dejan conciencia por tocar. Acababa de decirle a una voluntaria de la Cruz Roja que había pasado por la mesa del mercado de San Agustín, una suerte de contraseña para no escuchar más que “mucha suerte”.

Se largó del bar bromeando con la ruta de la limosna, a los cinco minutos estaba de vuelta para confesar la derrota.

El lunes llegó al abrevadero con el descubrimiento. Los había visto en la puerta de la plaza y “ya he pasado por San Agustín, vengo de San Agustín” le funcionó en cada puesto de control. “Hacen una labor de la leche, todos, pero son muy pesados y yo ya tengo a mis fijos”. La disculpa no era necesaria. Semanas atrás había preguntado en varios comercios de la zona por la ausencia de la señora rumana que pedía siempre en la misma esquina. La mayoría no la recordaba, excepto un tendero. “Ya sé, cumplía el horario a rajatabla incluso si llovía y tanto podía tener 60 años como 90”, le dijo. Habían compartido acera más de una década y no sabía nada ella.

Se largó del bar bromeando con la ruta de la limosna, a los cinco minutos estaba de vuelta para confesar la derrota. “Después de librar de la Cruz Roja un tío me miró con gesto de viejo conocido, dijo ‘qué tal’, me paré y en ese momento estás perdido, con él y con todos”. El buscavidas no estaba en su radar y utilizó palabras infalibles. “No quiero dinero, sólo un paquete de comida, tengo tres hijos”. Lo repitió señalando la entrada del supermercado mientras el colega rascaba dos euros del bolsillo. Hizo cálculo de conciencia y le salió positivo. El paquete de comida puede ser de arroz o de vaca vieja y dentro del súper tampoco diría no.