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JARDÍN ABIERTO
Simbología de la flor de amarilis en Navidad
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El verano todavía nos abraza con su calma envolvente. Esos días largos, con luz dorada que parece detener el tiempo, invitan a desconectar y a disfrutar de momentos que a veces se escapan. Pero, aunque la tranquilidad está ahí, la verdad es que en la cabeza de muchos líderes, y especialmente de un consejero delegado, el otoño ya comienza a asomarse. Es ese instante curioso en el que intentamos saborear la pausa, pero sin perder de vista que la tormenta del último trimestre se acerca con fuerza.
Encontrar ese equilibrio no es fácil. Es como estar en una playa con el pie en la arena, mirando el horizonte donde se empiezan a formar nubes que prometen viento fuerte y oleaje intenso. No se trata de agobiarse ni de vivir con ansiedad anticipada, sino de aceptar que la calma tiene un propósito: ser el trampolín para un salto bien calculado.
El verano es en realidad un regalo para reflexionar. Un espacio donde podemos mirar con cierta distancia lo que hemos logrado, pero también lo que aún queda por hacer.
Es un momento en el que cada paso cuenta, donde las decisiones rápidas y acertadas pueden marcar la diferencia entre destacar o perder terreno
Porque, seamos honestos, el último trimestre es un torbellino. Es un momento en el que cada paso cuenta, donde las decisiones rápidas y acertadas pueden marcar la diferencia entre destacar o perder terreno. Por eso, la preparación anticipada no es una opción, es una necesidad.
Pero la clave no está solo en tener un buen plan o en ajustar números y calendarios. Lo que realmente hace la diferencia es la mentalidad con la que enfrentamos ese cambio de ritmo. Pasar de la calma veraniega a la vorágine otoñal requiere un liderazgo que sepa acompañar a su equipo, que entienda que detrás de la productividad hay personas que necesitan sentirse seguras, valoradas y motivadas.
Aquí, la comunicación juega un papel fundamental. No basta con soltar objetivos y esperar resultados. Hay que contar la historia completa, compartir la visión y, sobre todo, escuchar. Lograr transmitir con claridad y empatía puede transformar la ansiedad que genera el cambio en energía positiva. Eso hace que el equipo no solo siga el ritmo, sino que lo sienta propio.
Además, no podemos olvidar la gran aliada tecnológica. La inteligencia artificial, las herramientas de análisis de datos y las plataformas colaborativas permiten que la preparación de esta “tormenta” sea más llevadera. Mientras unos descansan, otros pueden ir ajustando campañas o afinando procesos con calma, sin la presión del día a día. Esto no solo hace que todo funcione mejor, sino que también reduce el estrés que suele acompañar la temporada alta.
Más allá de los números y los sistemas, está el factor humano. El otoño exige mucho, y es normal que el desgaste se asome. Por eso, debemos cuidar la salud emocional de los equipos. Un café compartido, un reconocimiento sincero o simplemente estar ahí para escuchar puede marcar la diferencia entre un equipo agotado y uno que afronta el reto con energía renovada.
Y es aquí donde muchos encuentran la fórmula mágica: combinar rigor y flexibilidad. Planificar con detalle, sí, pero también dejar espacio para la creatividad, la improvisación y la adaptación. Porque las tormentas no siempre vienen como las esperamos, y la capacidad de ajustar el rumbo en tiempo real puede ser el mejor salvavidas.
Así que, mientras todavía disfrutamos de la serenidad estival, vale la pena recordar que este tiempo es mucho más que un respiro. Es la antesala perfecta para un otoño que, con todos sus desafíos, también viene cargado de oportunidades. Oportunidades para crecer, innovar y mostrar que somos capaces de transformar la presión en impulso.
La calma no es el fin, sino el comienzo. El momento para preparar cada detalle, para alinear equipos y para poner el pie firme antes de lanzarnos a la velocidad que exige el cierre del año. Y es que, cuando la tormenta llegue, estaremos listos no solo para resistir, sino para volar alto.
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