La casita azul de la calle dos de mayo

LA CIUDAD QUE TODAVÍA ESTÁ

Publicado: 10 dic 2025 - 05:40

La casita azul de la calle dos de mayo
La casita azul de la calle dos de mayo | José Paz

La paradoja de este tiempo nuestro es que lo mejor es aquello que se desprecia. Las calles donde nadie quiere ir. Los edificios que se dejan caer. Los parques que se talan. El lugar al que nadie mira. En esta ciudad a la deriva, que va hacia ninguna parte, allí donde miremos está la ruina digna, el pasado que se desploma, diciéndonos, herido de muerte, que es todavía honesto y bello. A pesar de la destrucción desorganizada, aún queda mucho por ser rescatado y basta un paseo por la ciudad histórica para recuperarnos del susto y perdonar a los patanes de superficie, que pasarán como todo pasa. Lo peor de los incapaces no es lo que hacen, que con un poco de gusto lo desmontará quien venga. Lo preocupante es lo que dejan de hacer en este momento. Ya no por desidia, sino por torpeza. Hasta el más pailán guarda en sus pequeños adentros alguna intención buena. Pero falta, me parece a mí, mucha conmoción. Mucho paseo asombrado. Mucha blandura de corazón. Necesitamos la ternura y no el espíritu fuerte para poder ir a alguna parte. Porque una quiere imitar la belleza, lo otro sólo sirve para repartir mamporros. Y los mamporros no cambian el mundo.

Mejor esponjar la vista en fachadas y balconcitos vecinos y caminar despacito para disfrutar del silencio de la ciudad sin tráfico, donde la vida buena es todavía posible

Esta desidia que hay hacia la ciudad vieja, que no es vieja sino antigua y sabia, no se explica sin comprender que, en todo el embrollo de sinrazones y desfortunas está la sencilla razón de que la gente que decide no tiene amor por las cosas. No son capaces de gozar dando una vuelta a pie. No conocen la quietud de la ciudad milenaria que floreció antes de este amasijo de carreteras infernales y edificios horribles. Quizás vayan en coche a todas partes en una ciudad perfectamente paseable, que debería expulsar al tráfico para siempre y no perder el tiempo con una zona de bajas emisiones trazada sin convencimiento, sólo porque Europa te agarra de la oreja. Un gobernante cochista es como un burro con orejeras, no es capaz de mirar donde está, vive desconectado, no percibe su entorno, está incapacitado para maravillarse de la fragancia de las calles, de la brisa de los jardines, de las voces de sus vecinos.

Si los habitantes y sus decididores estuviesen conectados con la ciudad se abrazarían a las piedras y a los árboles (los aún sin talar, claro), defenderían lo antiguo y derribarían los edificios-tormento con sus promotores y pseudoarquitectos dentro. Y para tener ese reencuentro espiritual sirve cualquier rincón de Auria, como esta pequeña casa en los arrabales antiguos. Está pintada de azul claro aldeano y cal blanca, que ahuyentaba insectos y roedores. Tiene dos pisos, honestos, sencillos, con dos balconcitos con las contras cerradas y dos puertas campesinas, la más grande con aspecto de haber sido cuadra o bodega hasta ayer. La casa, por supuesto, está abandonada, pero rodeada de belleza: casas que habría que aceptar en su conjunto, muchas vacías y en fase de purgatorio y, las rehabilitadas, en colores tuttifruti y sin unidad en las carpinterías ni en los materiales, porque aquí las ordenanzas patrimoniales son algo opcional como el aderezo en la cocina. Lo prudente es no mirar hacia el lado izquierdo, que está ese edificio-catástrofe del callejón de San Cosme. Tampoco a los sillares nuevos y pulidos que se han cargado la memoria del suelo. Mejor esponjar la vista en fachadas y balconcitos vecinos y caminar despacito para disfrutar del silencio de la ciudad sin tráfico, donde la vida buena es todavía posible. Y además a pie.

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