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Los incendios forestales han marcado de forma dramática la historia reciente de Galicia. Cada verano, las llamas arrasan miles de hectáreas, dejando tras de sí una estela de destrucción ecológica, social y económica. Sin embargo, la experiencia de Finlandia –un país de referencia en la gestión de bosques– ofrece lecciones valiosas que invitan a repensar el modelo gallego. En los bosques boreales finlandeses, el fuego ha sido durante siglos el factor ecológico más influyente. Allí, los incendios no solo devastaban paisajes: también facilitaban la regeneración, liberaban nutrientes atrapados en el suelo y abrían espacio para la diversidad de especies.
Cuando Finlandia logró casi eliminar el fuego, se encontró con un problema inesperado: la homogeneización de los bosques, el aumento del humus improductivo y la pérdida de biodiversidad. El exceso de piceas, sin la acción regeneradora del fuego, empobreció el suelo y redujo la vitalidad de los ecosistemas.
La lección es clara: el fuego, en condiciones naturales, no es solo un enemigo; es también un agente de equilibrio. El reto está en distinguir entre los incendios que destruyen sin control –alimentados por el abandono rural y la presión urbanística– y aquellos que, manejados con inteligencia, pueden formar parte de una silvicultura sostenible.
Galicia comparte con Finlandia un vínculo estrecho entre bosque, economía y cultura. Pero a diferencia del país nórdico, aquí la gestión forestal ha estado marcada por la falta de planificación y por la presión de monocultivos como el eucalipto, que aumentan el riesgo de incendios y reducen la diversidad.
Mientras Finlandia evolucionó hacia un modelo de silvicultura activa, donde se combinan talas, regeneración y mosaicos paisajísticos, Galicia sigue atrapada en una espiral de repoblaciones homogéneas, abandono rural y políticas cortoplacistas.
La experiencia finlandesa sugiere que no basta con apagar los incendios: hay que administrar el bosque con visión a largo plazo. Eso implica diversificar especies, recuperar mosaicos agrícolas y forestales, fomentar rodales mixtos que resistan mejor tanto las plagas como las sequías, y aprovechar la biomasa como recurso energético en lugar de dejarla como combustible para los incendios forestales.
Como ocurre en Finlandia, la sociedad debe decidir qué espera de sus montes
A la vez, es necesario reconocer que el bosque no puede entenderse solo como un recurso económico. Como ocurre en Finlandia, la sociedad debe decidir qué espera de sus montes: madera, biodiversidad, paisaje, protección del suelo, agua, empleo rural o todo ello a la vez. Sin esa definición colectiva, las políticas seguirán siendo parciales.
En definitiva, Galicia puede aprender de Finlandia que la clave no está en eliminar por completo el fuego ni en entregarse a monocultivos de rentabilidad inmediata, sino en encontrar un equilibrio entre prevención, regeneración natural y aprovechamiento sostenible. La gestión forestal debe ser activa, planificada y diversa, capaz de convertir el monte en aliado frente al fuego y no en su víctima permanente.
En Galicia, mientras se destacan las cuadrillas, los helicópteros o los cortes de carreteras, el debate público señala culpables: pirómanos, negligentes, adictos... Esa explicación suena sencilla, pero es engañosa. El monte gallego está abandonado, envejecido y mal ordenado, y así, cada verano, el fuego encuentra su oportunidad.
@J_L_Gomez
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