Chito Rivas
PINGAS DE ORBALLO
Un soño recorrente
¡ES UN ANUNCIO!
A Concha lo que más le gustaba eran los hombres que se vestían como si fuese el día de su boda. Un traje distinguido y los zapatos limpios.
No tuvo mucha suerte Concha que se casó con el Casiano, un rapaz que siempre llevaba puesto el mono azul de la fábrica, el mismo que usaba los domingos para las lechugas. Las botas embadurnadas todo el tiempo de tierra.
Concha y Casiano vivían en la Lonia cuando era pueblo, que ahora casi le dicen centro. Apenas conversaban más allá de un puñado de frases mal enunciadas que parecían formar parte de un convenio matrimonial con límite de caracteres a la hora de comer.
De comer siempre había carne, de primero siempre había sopa.
Concha, a la que llamaban “la Chosca” aunque nadie sabía el motivo, iba a la peluquería todos los viernes para mantener un extraño color malva que mataba despiadado el blanco de las canas. El blanco vacío de algunos días también.
Fue el último viernes del mes que entró bufando -bufar como los animales cuando se quejan- repartiendo pecados al aire. De los que duelen desde lejos. Muchos santos y varias vírgenes.
Josefa, peluquera paciente y soporte local de gracias y desgracias, mostró un interés ya implícito en el precio por lavar, cortar y peinar.
Y volver a lavar.
Confesó Concha, con el malestar en la nuca por culpa del lavadero, que hacía algunos días que el Casiano andaba raro. Más raro de lo habitual, acto que ya suponía una hazaña de fábula.
No le cuadraban los horarios en la fábrica, sobre todo los del turno de noche. Y los cuartos -término que puede referirse a dinero, nochevieja o a un puesto de dudosa honra- iban faltando en la lata azul de galletas donde ellos pensaban que nunca nadie iba a mirar.
Ingenuidad magistral y victoriosa.
Contaba entre tijeretazos de precisión excelente, que lo siguió la noche del martes. Que el lunes da pereza y el miércoles ponen la novela.
Y lo siguió de lejos, con el otro coche, el que ya no pasa de 70.
Lo encontró en el parquecito donde jugaban los niños del barrio por la tarde. Donde ahora unas letras gigantes gritan OURENSE. Estaba Casiano allí, con la Manuela, una vecina de las Laguna. Rebozándose entre la hierba seca y marrón del verano.
Estaba allí, como le dijo a la Josefa con estas mismas palabras, ‘la Manuela sentada encima haciendo de hombre en la sesualidad, ¡encima Josefa!”.
Ese fue el último viernes que fue a la peluquería. A aquella peluquería al menos.
No se la volvió a ver.
Dicen que agarró la lata de galletas azul, donde nunca hubo hilos ni agujas, y subió al Ampián.
Que el Casiano no le lloró. Que ahora tiene el pelo de otro color.
Que ahora, Concha la Chosca, come con otro que le hace la comida a diario, que nunca volvió a hacer sopa de primero.
Contenido patrocinado
También te puede interesar
Chito Rivas
PINGAS DE ORBALLO
Un soño recorrente
Xosé González Martínez
Interpretación da cooficialidade lingüística
¡ES UN ANUNCIO!
Concha la Chosca
Lo último