Cosas que convienen | Las horas intermedias

Publicado: 22 jun 2025 - 00:05

Ilustración de un bosque gallego.
Ilustración de un bosque gallego.
  1. Pasar revista al jardín. Basta un paseo entre los árboles grandes heredados y los retoños plantados para los siguientes. Saludar a cada uno con palabras buenas, apartar la zarza del abedul, acariciar las hojas del arce, besar al alevín de castaño… Debe ser un recorrido sin prisa ni ambiciones, ejecutado siempre igual. En la repetición está la calma.
  2. Estrellas en la ermita. Venir caminando a través de lo oscuro, confiando en los ojos que saben ver sin luz. Sentarse en el atrio un ratito breve y llenarse del misterio de estrellas. Aquí está la gran pertenencia. No hay miedo que valga bajo el firmamento.
  3. La cocinación. Uno es mejor cuando pica un diente de ajo y sofríe alguna cosa fácil. Hay que sentirse como un chino manejando un arroz con setas y presentarlo en plato de acero esmaltado con servilleta de tela y mantel de algodón portugués. Y celebrar que uno mismo es el huésped más importante, regalándote todas las atenciones.
  4. El momento pajarera. Cuando el coro de herrerillos y currucas saludan al amanecer con una emoción contagiosa. Es en esta sincronía cotidiana cuando los sentidos se aflojan y se recuerda la suerte excepcional de habitar un cuerpo sano en otro día irrepetible.
  5. Respirar con el gong. Hacer ceremonia de la vida involuntaria que llevamos dentro y poner consciencia en lo inconsciente. La campana centra el pensamiento y templa el ansia. Bastan unos minutitos para enderezar las voluntades y no descarrilar.
  6. La aprobación del gato. Es importantísimo que un ser superior dé el visto bueno a nuestro estado espiritual con un chocar de ojos o, en el mejor de los casos, un cabezazo cariñoso. Todo lo mejor empieza ahora mismo.
  7. El saludo al río. Es la gran presencia que da sentido al paisaje inmediato. No se puede descuidar cada encuentro, ni exagerarlo con ceremonias afectadas. Lo prudente tal vez sea pararse y escuchar la corriente, que es la voz del agua y viene siempre nueva desde la panza de la montaña, que es la gran madre. Mientras el río hable todo seguirá teniendo sentido.
  8. Saberse viento. Y distinguir su saludo en el cabello suelto, en la rama del cerezo, en las espigas de las gramíneas silvestres. Es el aliento del mundo.
  9. Contemplar la sierra. No hace falta subir para estar allí. Basta observarla, vestida de brezo, para sentirla junto a nosotros. De ella salen estos días, en un relevo mágico, la luna del engorde y el sol que apunta lejos.
  10. La luz en la pared. Ese cuadrado de magia que coloniza los muros, llega hasta el final del mecanismo del piano y lo alumbra todo, como en un templo indígena. En esa luz se comprende la danza cósmica llena de vida y energía que habitamos.
Ilustración de un bosque gallego.
Ilustración de un bosque gallego.

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