El cuartito

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Publicado: 16 ago 2025 - 00:10

Opinión en La Región
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Estaba casi al final del pasillo. Digo casi porque la última puerta era el dormitorio al que nunca nos dejaban entrar, y si por casualidad lo hacíamos, mi abuelo nos azotaba el culo hasta dejarlo color camarón.

Justo antes de aquel dormitorio en forma de ele estaba El Cuartito.

La puerta no cerraba del todo bien, es probable que se hubiese deformado por el calor de la estufa de butano en invierno. Por la humedad también.

Mi abuela lo llamaba así por su tamaño peculiar; demasiado pequeño para ser cuarto de estar, demasiado grande para ser alacena.

Tenía un sofá cama donde mi abuelo se echaba la siesta de antes de comer, donde mi yo adolescente dormía las resacas de los domingos. De los martes algunas veces. Frente al sofá estaba la televisión de tubo marca Sharp, y su dichoso mando a distancia que solo mi abuelo era capaz de hacer funcionar a la primera. La tele, colocada en una estantería granate, vivía rodeada de una cantidad insultante de libros -y algunas novelas del oeste, porque la cultura no está reñida con el western- otros tantos VHS e infinidad de fotos de esas antiguas en tonos magenta. En el medio del cuartito, como si de una condición esotérica se tratase, una mesa camilla con brasero hacía a las veces de punto de reunión. Como una secta. Como una familia. Conceptos similares si lo piensas.

En el cuartito fumé canutos con el Junior, lloré una muela picada durante más de diez horas y quemé varios pares de calcetines encima del brasero porque mis deportivas tenían agujeros

En el cuartito experimenté mi primera erección consciente. Solo porque alguien había grabado “Instinto Básico” por encima de “Solo en casa”.

En el cuartito llevé a escondidas a mis primeras amantes.

Casi nadie, menos mi abuelo, usaba el cuartito en verano. Por el calor abafante de habitación de interior, supongo. Solo tenía una ventana pequeña que se abría hacía arriba y se sostenía sobre dos bisagras. Aunque nadie nunca confió en que el peso se aguantase. Yo, por si acaso, la sujetaba con la coronilla cuando mi abuela me mandaba tender la ropa para librarse de mí durante un rato. Siempre se me caía algo por el patio de luces. Todavía hay un calzoncillo Ferrys abandonado desde agosto del 94. Justo al lado de un soldadito militar al que envié a una guerra imposible de ganar.

En el cuartito fumé canutos con el Junior, lloré una muela picada durante más de diez horas y quemé varios pares de calcetines encima del brasero porque mis deportivas tenían agujeros. En el cuartito fui feliz y fui extremadamente desgraciado.

No sé si las casas sienten, quiero pensar que sí, y, aunque tú no lo entiendas, perdí una parte de mí el día que mis abuelos dejaron aquel piso.

Ahora viven en uno mejor, con ascensor, calefacción, garaje y dos dormitorios.

Pero al final del pasillo, solo está el final del pasillo.

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