La Región
JARDÍN ABIERTO
Simbología de la flor de amarilis en Navidad
Se llamaba Cayo Julio César Augusto Germánico y fue nombrado emperador de Roma el 18 de marzo del año 37.
Era hijo de Germánico, uno de los más grandes generales de la historia de Roma, a quien acompañaba de niño en sus expediciones militares.
De ahí le viene el sobrenombre afectuoso de Calígula, ya que se calzaba las “cáligas” o sandalias de los legionarios.
Germánico era hijo de Tiberio, el emperador, quien al morir dejó dispuesto que el imperio fuera gobernado conjuntamente por Calígula y su primo Gemelo. Como era de esperar, Calígula se deshizo de Gemelo a la primera de cambio y tomó el mando como único emperador.
Al principio de su mandato, Roma disfrutó de una época de prosperidad creciente, pero pasado un tiempo, el emperador comenzó a dar señales de ser un tirano demente. Se le ha descrito como un caprichoso irascible, derrochador y enfermo sexual. Siempre rodeado por el escándalo, fue el único emperador que se presentó a su pueblo como un dios, a quien tenían que adorar sus súbditos. Mataba por pura diversión y era cruel en todos los sentidos.
Una anécdota característica de su forma de gobernar hace referencia a cuando quiso nombrar a su caballo Incitato, cónsul y sacerdote.
Tan mal estaban las cosas que los pretorianos y senadores organizaron una conspiración para asesinarle, lo que ocurrió en el año 41.
Le sucedió su tío Claudio quien, a pesar de padecer taras físicas que hemos conocido bien por la serie de la BBC; Yo, Claudio (1976) adaptación de las novelas dobre Claudio de Robert Graves.
Esta miniserie fue creada por Jack Pullman, quien escribió el guion de los trece episodios.
En ella se muestran la vida de la Dinastía Julio-Claudia desde el primer principado de Octavio Augusto hasta los últimos días de Claudio contada de una forma intradiegética es decir cuando el narrador es un personaje dentro de la historia.
Tratada con exquisito cuidado, nos muestra a Claudio, que fue un magnífico emperador.
La historia latina cuenta la aventura de Viriato, guerrero lusitano, que llevó a cabo una importante oposición contra el avance de los romanos en la Península Ibérica entre los años 147 y 139 a. de C.
El procónsul Máximo Serviliano Cepión firmó con el guerrillero un tratado de paz en el que se aseguraba la independencia de sus territorios.
Pero en el Senado de Roma este acuerdo no fue visto con buenos ojos y Máximo fue sustituido por su hermano Quinto Servilio Cepión, quien rompió el acuerdo y volvió al ataque contra Viriato. Para derrotarle, planeó un acuerdo con tres de sus más allegados, para que traicionaran al líder.
Un escritor romano, Valerio Máximo, dejó por escrito en referencia a este hecho que “Cepión compró la victoria”, indicando que el procónsul pagó a los tres guerrilleros que entregaron a Viriato.
De esta forma, la frase “Roma no paga a traidores” -originalmente atribuida a Quinto Servilio Cepión quien la pronunció al enfrentarse a los tres guerrilleros- podría ser una invención de los historiadores.
Incluyéndola en sus crónicas, la historia contemporánea afirma que los cronistas pretendían demostrar el honor de Roma a la vez que criticaban la estrategia llevada a cabo para vencer a Viriato, lejos de la rectitud moral de los generales romanos en la batalla. “Pagar a traidores” no era aprobado por los altos cargos y senadores.
Contenido patrocinado
También te puede interesar
La Región
JARDÍN ABIERTO
Simbología de la flor de amarilis en Navidad
Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
Miguel Anxo Bastos
Extremadura: la clave está a la izquierda
Sergio Otamendi
CRÓNICA INTERNACIONAL
Dos éxitos o dos fracasos
Lo último