Un día que podría ser cualquiera

De paso por la imprenta, cuando ahora las digitales predominan, para un encargo propio de esos que más por amistad se hacen por lo que ocupan que por negocio, me encuentro con Jose, como más se dice ahora a los Josés de siempre, y Luis, dos compañeros y sin embargo amigos que escindidos de otra digital crearon su propio negocio al que intitularon Deimpresión, supongo por eso de imprimir mas que por la impresión o sorpresa depare el nombre.

Les hago un encargo de esos, como dije y ahora redondeo, de a piolla en el que más beneficio el que encarga que el hacedor. En fin, abuso de estos serviciales que me sorprenden que entre el hall de recepción de clientes y donde trabajan hayan puesto un clarísimo No Pasar, cuando antes bullía o casi, aquello con clientes departiendo en el interior. Yo no me atrevo a vulnerar la prohibición, que, no obstante, pronto levantan en aras de una más amistad que clientela.

Con Luis me enrollo en rutas que él hace en moto, y uno más modestamente en bici asistida, mientras Jose, que no josé, se lamenta de alguna molestia que le impedirá marchar a pie por esas rutas y si las gastronómicas como Luis le bacila. Dejo este ya lugar de encuentro, que antes de cierta frecuencia, cual patio de colegio en recreos, para ir a reparar las fozadas del jabalí, que urbano, atacará las praderías entre frutales cual el bravo jabalí marso de las horacianas odas, arador de los campos de su natal Lazio, solo que el más grande poeta no cultivaba el campo con sus propias manos si no que se solazaba con la rural quietud o con el trino de los pájaros, pero siempre añorando el bullicio de la urbe Roma. De entre las faenas campestres me voy a contemplativo del tenis televisivo para gozarme de los malabarismos de un Alcaraz imparable, que luego aflojaría en una final que pasó factura de tanto partido seguido donde si la mente ya no fluída, alguna física molestia contribuyó a su derrota, que las éstas más convienen que las victorias, porque de aquellas más lecciones se extraen que de éstas, que, normalmente, ensoberbecen.

Estoy aguardando una ventana entre esta persistente llovizna de semana santa, y la hallo por lo que, pedal en ristre, acometo la ya repetida y repetida subida a los Castros, que otra mejor no pudiera encontrarse en los aledaños de esta humedecida Auria a la que no carcome el agua por ser de piedra y cemento. Trabo conversa, en el fortuito encuentro con un pariente y, sin embargo, amigo que saca a sus canes para que retocen por el monte, porque más habitantes entre cuatro paredes que libres de ellas.

Quedé con Pepelino V. Monjardín para una visita asistida con algunos comunes amigos de paseatas en hacer como una irrupción a sus rurales lares por las vinícolas tierras de Beiro, no recuerdo de si el de a Cima o el de Abaixo donde más que obsequiados de mesa por él alimentados, por el propio aporte de las mochilas cuando asentados, luego de una pausada ruta por ese entorno inigualable de Pena Corneira, las hermosas iglesias románicas de Serantes y Lamas, el mirador de Orega, y ese castillo datado en la contorna, entre los penedos por los que reptan o se encajan unas pasarelas de madera que llevan al gran penedo mirador o a la base del famoso cuerno granítico que aún ahora incipientes o bregados escaladores trepan entrenándose para afrontar más largas paredes.

Un encanto este idílico pasear entre Paredes, Lamas y la Corneira que hoy para el paseante se hurta por la densidad de sus carballeiras. Desde allí verás a lo lejos las tierras de Avión, relacionadas con la emigración mexicana y nunca el serpenteante rio Avia que nacido a los pies de los chouzos o chozas, esas casi capillas románicas con sus contrafuertes para sostener las bóvedas, que para refugio de pastores levantados, sitos en las sierras del Faro de Suido; al rio lo encorsetan en la presa de Albarellos y poco después, en pazos de Arenteiro, recibe al rio del mismo nombre, aunque dudas habría de cuál más importante.