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Creo que fue uno de los hombres más endiabladamente brillantes e inteligentes de la Historia, el príncipe Talleyrand de la Périgord, quien dijo que oponerse es el arte de estar en contra con la suficiente habilidad para poder estar luego a favor, una reflexión tan notable como fruto sin duda de la propia experiencia. Talleyrand fue invitado, como representante de la Francia napoleónica vencida al Congreso de Viena, solamente para satisfacer la vanidad de los vencedores. Napoleón había sido finalmente humillado, y confinado en la isla de Elba y las potencias que doblegaron al emperador acudieron a la llamada del canciller Von Matternich desde Viena, no solo para repartirse el botín abandonado por el corso y configurar una Europa libre de su influencia, sino y sobre todo, para triturar lo que quedaba de la gloria francesa. Pero no contaron con el personaje elegido para defender los intereses galos. Talleyrand fue un negociador tan extraordinario en los despachos y un protagonista tan irresistible en los salones (y en los lechos también) que salió de aquella larga y compleja cita tenido por una estrella incomparable a pesar de que, durante el Congreso, Napoleón se escapó de su confinamiento, desembarcó en Francia, volvió a suscitar la fidelidad de sus soldados y tornó a ostentar el imperio, aunque solo fuera por cien días hasta que la alianza derrotó a Bonaparte en Waterloo y se lo llevó definitivamente preso a la remota isla de Santa Elena. Al astuto príncipe Talleyrand –que era también obispo y un libertino impenitente a la vez- le importó muy poco la efímera gloria y la caída del hombre al que había servido. Hizo lo que dijo y dijo lo que hizo, practicando con habilidad suma esa política de oponerse con la suficiente diligencia para estar más tarde de acuerdo y viceversa, comportamiento tan eficaz e irresistible que alcanzó todas y cada una de sus metas. Convirtió por ejemplo al mentecato del embajador español y representante del indigno Fernando VI, en uno de sus esclavos más devotos y diligentes.
Personajes como Charles Maurice de Talleyrand ya no se dan, y cuando algunos de los políticos actuales desean emularlo se le ven las costuras y hace el ridículo. Como decía Muñoz Seca en sus versos, “para asaltar torreones, cuatro quiñones son pocos. Hacen falta más quiñones”. Aquí lo que hay es mucho postureo. Pero sustancia o sea, quiñones, poquitos.
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