Chito Rivas
PINGAS DE ORBALLO
As esperas teñen idade?
De chaval como tantos de mi generación fui un lector voraz de cómics.
Los de mi quinta empezamos por Topo Gigio, Pepe Gotera y Otilio, Mortadelo y Filemón o la Rue del Percebe.
Seguimos con Astérix, el Marsupilami, Tintín y el Teniente Blueberry, el Guerrero del Antifaz o Flash Gordon, y de ahí pasamos a Conan el Bárbaro y a los Marvel que al final nos arrojaron en los brazos de Moebius, Richard Corben o Jodorowsky, de donde ya nunca pudimos salir.
Y los devorábamos con la misma fruición insana con la que un condenado a muerte se fuma su último cigarrillo y eleva una última y silenciosa plegaria a Dios antes de subir al cadalso.
Comprábamos, robábamos y nos intercambiábamos ejemplares de Cimoc o de Metal Hurlant como drogadictos desquiciados que se pasan unos a otros unas papelinas con buen material, o un tubo de un nuevo pegamento. Y los devorábamos con la misma fruición insana con la que un condenado a muerte se fuma su último cigarrillo y eleva una última y silenciosa plegaria a Dios antes de subir al cadalso.
Al mismo tiempo fuimos descubriendo El Víbora y otras publicaciones parecidas que nacían en España en aquel tiempo, incluso El Jueves.
Entonces la cosa cambió. Lo atractivo ya no era aquella misteriosa y fascinante intriga bellísima, plástica y visual de “El garaje hermético” de Moebius o de “Mundo Mutante” de Corben, sino un brutal y aparentemente simplón blanco y negro hecho a machetazos de rotulador, sarcástico, divertido y criticón. Criticón con la realidad.
Un blanco y negro que, ya habíamos pasado también antes por las maravillas monocromas de Corto Maltés o Valentina, en el que los Garriris de Mariscal, Martínez el Facha de Kim, y hasta el Profesor Cojonciano de Óscar, nos enseñaron otras cosas nuevas. Y nos hicieron más sabios.
No sé a otros, pero a mí los cómics me enviaron de cabeza a la literatura en la que me zambullí. Y también me enseñaron a pensar mejor. Obélix me enseñó a pensar mejor, y también Milú y el capitán Haddock, y hasta el Makinavaja de Ivá me enseñó a pensar mejor.
Aquellos primeros cómics de Cimoc, fabulosos y sorprendentes, siempre trataban no sé porqué de mundos distópicos ambientados en un futuro imaginario de máquinas, represión y control, en el que los humanos estaban perdidos y acorralados. Sin salida.
Más tarde llegaría el cine con películas como Terminator, sus secuelas y otras parecidas, a ahondar en lo mismo y contarnos lo que ya sabíamos desde niños por aquellos tebeos, pero ahora en la pantalla y con todo lujo de detalles visuales y auditivos.
El mundo distópico ya no está en los cómics hoy. Ni en la literatura como en “Un mundo feliz”, “1984” o “El cuento de la criada”. Está aquí, entre nosotros, delante de nuestros ojos todos los días. En manos de monstruos reales como Trump, Putin o Netanyahu.
Yo últimamente cada vez que me acuesto todas las noches me arrodillo antes al lado de la cama, junto las palmas de las manos, cierro los ojos y como un niño rezo, sin mucha esperanza, la siguiente oración:
“Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno”.
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