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A ese baúl en el que se han ido guardando todas las cosas que han tenido cierta importancia a través del tiempo, puedes llamarlo memorias. Allí se guardan los besos que se han dado a través del último milenio, los días en los que sólo llovió, para la humanidad, la melancolía, o tal vez los sueños que se nos rompieron al caer al suelo. Cuanto tiempo hemos perdido buscando la felicidad que dan los objetos. Y nos hemos ido olvidando, como les ocurre a los córvidos, de que lo importante era amarnos como lo hacen las aves más pequeñas: leves, suaves, sutiles, tenues, nimias, pequeñas y preciosas, esas que se mueven fugaces en el firmamento.
Memoria, en cambio, es el desván en el que guardas aquellos secretos, el nombre de aquel o aquella a quien amaste en silencio, los poemas que escribiste plagados de ripios, de sinalefas, sinéresis y diéresis que alguien corrigió de manera odiosa con aquel lápiz rojo y negro. Aquellos que, plagados de suspiros, con la llegada del alba, se desvanecieron. El desván guarda tu guitarra desafinada, tu revolver de falsa plata, el balón de baloncesto con el que marcaste un par de canastas o ni eso. El desván se ha ido llenando de telarañas … o a lo mejor no lo son, sino una tenue niebla que sepultó, para siempre, la piedra pómez de tu pecho.
De sopetón encontrarás algo tan importante y conocido de otro tiempo. Oh, dirás… mira dónde estabas…y yo que te había buscado a través de la vida, pero te había dejado en cualquier sitio, y… caramba… te me habías perdido.
Si un día subes allí rompiendo la clavija que cierra aquel lugar, palpa todo poco a poco, sacude el polvo de los objetos y admírate, como cuando niño, de encontrar cosas olvidadas, desesperadamente despintadas, arrinconadas, oxidadas. Pon sobre ellas tu mano y nota que aún palpitan; escucha cómo bombea aún el corazón de cada cosa, y aún es nítido el susurro, la crónica de aquel tiempo. Una electricidad extraña sacudirá tu espalda. Una luz nacarada atravesará tu columna vertebral y terminarás creyendo.
De sopetón encontrarás algo tan importante y conocido de otro tiempo. Oh, dirás… mira dónde estabas…y yo que te había buscado a través de la vida, pero te había dejado en cualquier sitio, y… caramba… te me habías perdido. Y estás ahí, quién me iba a decirlo, creo que ahí has estado siempre, esperando que un día volvieses al recuerdo. Mientras tanto eras sólo ese hueco, un vacío, una cáscara de nuez que se cae al regato y navega a lo loco, hasta llegar al lago en el que se refleja el cielo.
Mira que me has hecho falta, peo ya ves tú, habría de suponerlo, te guardaba donde las cosas inútiles, las que no sirven para nada, las que carecen de algún tornillo. Se conoce que te clasifiqué, tonto de mí, en el cuarto oscuro como algo viejo. A punto estuve de preguntarle a la GPT donde te había puesto. No es un puro desprecio, no es eso, pero suponemos, sin más ni más, que no eres imprescindible para vivir en un mundo tan moderno y tan nuestro.
Pero hoy que ya es el otoño, que las hojas se caen pintando de color amarillo el suelo, y dejan de agarrarse a los árboles con sus manos vegetales porque hace frío, y el viento se las lleva lejos, como van nuestros pensamientos... Pero hoy, te digo, me alegro de encontrarte de nuevo y no eres en absoluto un requilorio viejo; lo haces vívido, reluciente, resucitado, joven eterno y nos muestras en las manos los santísimos agujeros.
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