La emigración y las mujeres

A MESA Y MANTELES

Publicado: 15 jun 2025 - 06:56

Opinión en La Región.
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La emigración en masa de los gallegos hacia América, que durante varias décadas fue un fenómeno primordialmente masculino, cambió muchas cosas. Por vía de ejemplo: los hombres tuvieron que ponerse a cocinar, actividad que tradicionalmente sólo hacían las mujeres en los hogares de nuestro país. Ya en la época del Antiguo Régimen fue un hecho habitual la emigración estacional de los segadores hacia Castilla, que involucró primordialmente a los varones. Paulatinamente, a medida que se fue difundiendo la información sobre las favorables expectativas al otro lado del océano y se constituyó una cadena migratoria de apoyos se fue desarrollando la emigración masiva hacia América, y más tarde hacia Europa. Al final, resultó que decenas de miles los campesinos emigraron a las grandes ciudades españolas, americanas y europeas.

Este hecho provocó el alejamiento de muchos hombres de los hogares durante prolongados períodos de tiempo lo que produjo inevitablemente un reajuste de los roles de género tradicionales. La emigración estableció las condiciones de posibilidad para que a las mujeres asumieran un rol social de mayor relevancia y empoderamiento. La ausencia de los hombres provocó no solo desestructuración familiar, sino que también obligó a muchas mujeres a tener que realizar tareas que se consideraban propias del sexo masculino. Supuso además la puesta en evidencia del desajuste en la práctica del entramado legal que sancionaba la personalidad jurídica subordinada de las mujeres, en particular de las “viudas de vivos”.

Sabían que las mujeres, que trabajaban tanto o más que los hombres y a las que ni el campo ni la casa les eran ajenos, eran las que permanecían al frente de la familia y de la explotación como baluarte imprescindible para que sus esposos pudieran marchar a ‘buscar su vida’” en busca de horizontes más esperanzadores

Como apunta Serrana Rial, “desde tiempos remotos, cuando los hombres partían a la siega en Castilla, cuando los canteros de Terra de Montes y Cotobade, los mamposteros del sureste tudense, los sogueros ourensanos o los quincalleros de la depresión de Maceda y el valle del Sil, se desplazaban fuera del reino para ejercer sus oficios, o cuando el éxodo estacional se convertía en temporal o en definitivo, sabían que las mujeres, que trabajaban tanto o más que los hombres y a las que ni el campo ni la casa les eran ajenos, eran las que permanecían al frente de la familia y de la explotación como baluarte imprescindible para que sus esposos pudieran marchar a ‘buscar su vida’” en busca de horizontes más esperanzadores. Las condiciones de posibilidad para que tales opciones vitales y laborales de los varones pudieran llevarse a cabo fueron: la “permeabilidad de las fronteras específicas de género en el campo laboral” y, al mismo tiempo, el polifacetismo y la versatilidad tan características de las campesinas gallegas.

Obligadas por el auténtico torrente que constituyó la emigración masculina masiva, las mujeres tuvieron que asumir la totalidad del trabajo e inevitablemente adquirieron un notable protagonismo y preeminencia en la vida familiar y comunitaria, ostentando competencias propias de la jefatura del hogar. La ausencia del patrucio y jefe de la familia alteró sustancialmente el paradigma de actuación pública de las mujeres que tuvieron que asumir competencias que tradicionalmente le estaban vedadas. Parte del entramado legal que sancionaba la personalidad jurídica subordinada de las mujeres casadas perdió transitoriamente vigencia con la ausencia de los hombres, de manera que se les autorizó legalmente a vender, alquilar e hipotecar propiedades (seguramente, también, a redimir foros) y a comparecer en juicio para defenderse a sí mismas y a sus familias”.

Ahora bien, las posibilidades legales y el empoderamiento de las mujeres lucenses fueron sensiblemente menores que el de las residentes en la Galicia atlántica y en las tierras ourensanos, donde la emigración de hombres casados fue particularmente intensa. Es un hecho que la situación de las mujeres orensanas no fue muy distinta a la de las más afortunadas de la costa.

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