Opinión

Viñas y minas, al Oeste de la capital

Foto Chao 1936. En las inmediaciones del Monte Balsidrón.
photo_camera Foto Chao 1936. En las inmediaciones del Monte Balsidrón.

Acuatro leguas, al oeste de la capital, nos encontramos viñas, sí… por supuesto. Pero, tampoco dejaron de tener su importancia, en el siglo XIX, las minas. Es verdad que, salvo excepciones, al igual que en el resto de la región, la minería fue una actividad secundaria. E independientemente de que la inspección general del ramo, en Ourense, recomendase el estaño que Domingo Antonio Merelles venía explotando en Avión desde 1833 en sus minas más antiguas Carmen o Pitelas, o en otras, como Tojaliño, Abundancia, Estrella o Aurora, en 1845 la Compañía de Baron Morat y Eugenio Rouseaux registraba en la inspección de Asturias y Galicia las de Desengaño y Triunfo. Estas minas de estaño estaban emplazadas en el monte Balsidrón, al SE de la villa de Ribadavia, en el término de la parroquia de la Oliveira. Sin ninguna duda, desde esos años, los capitales extranjeros no dejaron de fluir a lo largo de la centuria decimonónica hacia el sector minero de la comarca “ribeirana”. Y, bien porque la volframita del monte Balsidrón había sido citada en la descripción geonóstica de Schulz, en 1835, durante la Regencia de María Cristina o bien, porque escasea y ahora es un mineral muy cotizado, este distrito ourensano entra de lleno en la esfera de la explotación minera. Después, las necesidades que presenta la incipiente revolución industrial, la excelente localización de las minas y las buenas infraestructuras de comunicación, con la línea de ferrocarril de 1881, para transportar la producción, hacen el resto. Esta arteria, vital, de enlace con el Bajo Miño, se convierte en uno de los lugares predilectos para invertir. Aun así, no nos engañemos, eran mercados volátiles que estaban movidos, básicamente, por la especulación y por la obtención de rápidos beneficios. La escasez en la oferta, tanto en España, en donde la industria conservera exigía para su envasado un volumen importante de estaño, como en Europa, que demandaba wolframio para la industria militar, estimuló la explotación.

La publicación de los estudios geológicos de Schulz, tras la dimisión en la presidencia del Consejo de Ministros, de Francisco Cea Bermúdez y Buzo, había abierto “el filón”. Y casi setenta años más tarde, sorprendentemente, un tocayo suyo, Francisco Cea Bermúdez y Moraes, se convierte en un habitual inversor en títulos de propiedad minera, en Galicia; y por supuesto, también, en Ribadavia. Este diplomático de carrera, viene a tomar posesión, como director, aquí, en las inmediaciones del río Avia y del Miño, de algunas minas que se correspondían, con filones metalíferos citados por el geólogo alemán. En setiembre de 1899, en concreto, se proponía la explotación de los yacimientos de wolfran, de Rara y Eloísa, ubicados en el pueblo de San Paio. Hacía un año que el gobernador civil de Ourense, José de La Guardia, le concedía los títulos de propiedad a Juan Gómez Hemas. Posteriormente, el informe, Report on the Trade and Commerce of de Consular Distritic of Corunna, recogía que se había formado una empresa, The Wolfram Mines of Ribadavia Limited, con un capital de 40000 libras, justamente, para adquirir y explotar esas propiedades.

En todo caso, primó la coyuntura. En España, en 1903, se contabilizaban, 26329 minas de todas las clases. Y, en Galicia, según la Cámara de Comercio de Lugo, existían 443. Lamentablemente, sólo el 3,7% de las explotaciones se consideraban productivas. No era de extrañar. En Ourense mismo, de las 96 que estaban abiertas, sólo una, entraba en aquella categoría. Incuestionablemente, en el sector, nunca se trató de hacer una reforma estructural. Ni se modificaron los métodos, ni las técnicas de explotación. Con todo, tanto las que extraían estaño o wolframio, como otras, por ejemplo, de zinc, en Doade, registradas a nombre de G. Astoy, en Beariz, propiedad de G. Linnartz, o en Avión, a cargo de la Societé des Mines d`Avion, generaron, en menor o mayor medida, puestos de trabajo y contribuyeron a dinamizar la economía de la localidad. Ni por asomo se propusieron hacer una “ciencia de aprovechamiento”. La actividad evolucionaba, sin más, de forma proporcional a la tendencia alcista de la cotización de los minerales. Aún, en 1935, se evidencia, de manera palpable en Ourense. Oficialmente, la actividad minera estaba paralizada, aunque en la práctica, los “aventureros” se encargaban de mantenerla viva. Clandestinamente, extraían la casiterita y se la vendían a los acaparadores. Ahora bien, tan pronto como la coyuntura internacional cambiaba, la administración, en seguida, vivificaba las minas como en Avión, Beariz, Cartelle o Gomesende. Incluso, aparece la Sociedad Montes de Galicia S. A., que, con un capital de 16 millones de pesetas, arrienda, con opción a compra, propiedades, como la de Ribadavia, en donde pone en explotación 50 Hectáreas. Definitivamente, la II Guerra Mundial, animaba el mercado.

Aún permanecen en la retina de nuestros mayores, los trabajos que sus padres realizaban, por un ínfimo salario, en las minas de San Paio. Algunos excombatientes de la Guerra Civil, en un período crítico de posguerra, trabajaban en ellas. Y, a pesar del control de los encargados, los fragmentos de wolframita que lograban sacar y que, luego, vendían a acopiadores, en más de una ocasión, pagó la comida de la familia. Incuestionablemente, también, por eso, es merecedora de tener un rincón, en Madrid, en la vitrina 47 del Museo Histórico Minero D. Felipe de Borbón y Grecia.

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