Haciendo camino entre frondosidades y solainas

Publicado: 05 jun 2024 - 08:49

No rememoro, por más que lo intento, una frondosidad como la de ahora en todo mi curso vital. La arboleda, como nunca de espesa en los paseos fluviales del Barbaña y su afluente el de Os Muiños, Pontón, Barbadás o Vilaescusa que más nombres no pudiese llevar este rio de casi tanta entidad como su receptor en o Polvorín, el citado Barbaña. Alisos, sauces, fresnos, abedules (amieiros, salgueiros, freixos, bidueiros, en nuestro idioma) ensombrecen su riberas prestando su frescor a todos los no escasos paseantes.

Por el Barbaña discurro a pedal con otras metas y no pocas veces sin ellas, allá donde en cada momento apetezca, que mayor libertad no pudiere darse. En mi transitar respetando a paseantes a los que una rápida pasada asustaría, modero la marcha como si de adelantamiento de un caminante a otro. Casi en una proporción de tres a uno entre peatones y ciclistas, así que los primeros no asustadizos por la irrupción de ciclistas en su camino. Padre e hijo, infante aun, a la demanda el primero de bombín para inflar su rueda, que casi siempre es la trasera; como de poca disposición, o me pareció, el demandante, le di aire con mi bombín, mientras el niño como pidiendo que también aire para su rueda. Pasa raudo uno que heavy por vestimenta, negra bici, alforjas idem, que cual fantasma se deslizaba entre las sombras sorteando a paseantes como si de slalom fuese, sin al parecer asustarlos.

Acometo la subida a Seixalbo, ese aldea de habitación plena donde te encuentras vecindario por sus rúas, y donde algunos parientes Barril casa tuvieron, en contraste con tan vaciados pueblos donde ni alma se ve. Bajan grupos de ciclistas de los que se dice musculares, porque de ningún eléctrico motor se sirven, que han superado el digamos trauma de mirar por encima del hombro a los que vamos asistidos, pero a pedal, y conforme a tus fuerzas, en tal o cual marcha. Me encaramo por las fuertes pendientes tras la que fue Ciudad de los Muchachos para plantarme en O Cumial, que da nombre al altiplano y no el acuartelamiento que fue, del que aun subsisten barracones al desguace, una explanada inmensa para instrucción de reclutas y un polvorín que tantas guardias vio pasar. Me aproximo al bullente Polígono industrial del que rumores de maquinarias se expanden, cuando en Pazos atraviesa una culebra de escalera que serpentea velocísima por el asfalto para evitar mi rueda, perdiéndose en un prado de no segadas yerbas. Las culebras que te encontrabas, siempre sorpresivas, eran habituales en los paseos, ahora de tan escasas que uno, aunque transeunte por la naturaleza, llevaba algunos años sin ver; antaño no había salida en la que no se viese alguna, de siempre huidizo reptar. La multiplicación de las rapaces, el uso de pesticidas, eliminador de sus presas, en el campo, tal vez obedezca a la disminución de estos reptiles a los que casi siempre machacaba el agricultor con su sacho o pala sin considerar sus beneficios en la eliminación de múridos, tales topos y ratones. Sucedió como al cazador con el lobo: eliminamos una supuesta amenaza y luego prolifera el jabalí destrozón de cosechas, de praderías y aun de viñedos.

Las culebras que te encontrabas, siempre sorpresivas, eran habituales en los paseos, ahora de tan escasas que uno llevaba años sin ver

Por a Medorra, por donde paso dejando más atrás a Zamorana, me recuerda a ese altonazo en la amplia llanura, con su estrecha calle por donde el pasar de autos dificultoso. Atravieso la carretera de buen firme muy transitada de usuarios de los deportes en Monterrei y un poco más de trabajadores y clientes del industrial polígono. Monterrei me trae a la memoria esos campamentos de verano del Frente de Juventudes(esa organización de las Falanges Juveniles de Franco, un remedo, por demás en cutre, de las Juventudes Hitlerianas).

Pedrayo o Pedraio es la siguiente aldea con más chalets en el entorno que casas la aldea tiene, para llanear antes de acometer la rampillas que a la iglesia de San Miguel de Calvelle te llevan; de ahí por un pista que te deja oír el rumor del rio do Grañal, que por Esgos nace, que como por debajo discurre, ahora cuando aun los instantes mosquitos no te acosan como en pleno estío. Desemboco en Reboredo, cabe al frente que me llevaría a Vaqueriza, cuando cogiendo todo cuanto camino que del asfalto me sustraiga, me planto en San Ginés, hoy san Xés, donde misaba, de entre un montón de parroquias, el lejano pariente Carlos Babarro. San Xés te aproxima a los molinos en cascada de Riobodas, del citado Grañal, que me pareció mágico años ha, cuando abordo hacia a Granxa el lugar de Rebordiños porque en el reborde de la montaña, pienso yo, para arribar a Lampazas, que el nombre le debe venir de una planta, donde me aguarda refrigerio más que reparador de fuerzas, rayando la glotonería, donde una parienta anfitriona, de tan exquisitos platos, quebraría las resistencias de los más austeros comensales a base de decirte por sus diminutivos para tranquilizar tu conciencia de moderación en el comer, de ¡toma este jamocito!, y de este queso o de estos pimientos y no digamos de los manjares que subsiguen. Así da gusto pedalear, pienso, si te aguarda una más que reparación de las perdidas fuerzas por más que antes las nutras en cerezos en el borde de algún camino o mitigues tu sed con el agua limonada de tu bidoncillo.

Siempre nos quedará Lampazas, me dije, cuando de retorno en la placidez de un más dejarse llevar que aplicar esfuerzos, pasaba por O Pinto, Vilar, o por pista frondosísima, arribaba a Chaodarcas, me sumergía en Os Castros, pasaba por Triós, donde muchos Gurriaranes segunda residencia tienen, y Enmanuel, de Desbrozadoras Miño, caballos monta, para en precipitada bajada arribar, entre Ferradal e O Pazo, en Loñoá do Camiño, donde la enfermera Gely te recibía con el bancario Servando con tanta hospitalidad que otra no hubiese; de pasada por la urbanización multicolor de Veiga, o al lado de Casmartiño, recordaba al amigo Isaac Pérez al que un día. acaso por mi insistencia, puse a dar diarios paseos de más de media docena de kilómetros, pero que ni aún esa medicina evitaría su temprano tránsito, yéndose en su apacible campiña.

Recuerdos y pedaladas en las que te transportas por más espacio del que nunca a pierna batida abordarías.

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