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Hoy estamos todo el club de los tertulianos, incluso el psiquiatra, que últimamente se escaquea. Llega con dos libros de la guerra civil española bajo el brazo. Nos dice: “Nunca hablamos sobre la tragedia de la guerra civil y se cumplen ahora ochenta y cinco años de su inicio, y cincuenta de la muerte de Franco”.
El psiquiatra se empuja un buen trago de gin tonic, mira a Ana y le dice: “A ver, Ana, qué sabes tú de la guerra civil”. Responde: “Uf, eso me parece de la prehistoria. Sé que hace muchos años hubo una guerra que ganó Franco y poco más. Bueno, también he leído algo del Guernica”. Vuelve a preguntar el psiquiatra: “¿Sabes qué le pasó a Lorca?”. Contesta Ana: “Bueno, sí, claro, eso lo sabe todo el mundo y lo cantó mucho Leonard Cohen”. Casi arremete el psiquiatra: “Cielo santo, ha sido una de las peores guerras civiles de nuestra historia. La cifra de muertos quizá pasó del medio millón, y no sólo eso, sino que la venganza de los vencedores fue brutal”.
“Nunca hablamos sobre la tragedia de la guerra civil y se cumplen ahora ochenta y cinco años de su inicio”
Intervengo yo: “Es bien cierto que la posguerra también fue una crueldad. Alguna vez lo conté. Ocurrió en una villa galaica. Era 1939. En la plaza, un camión con diez personas temblorosas; eran rojos e iban a ser fusilados. A unos quince metros, amigos y familia que los despedían sobrecogidos. Un alférez dirigía la triste operación con un puñado de legionarios. El camión va a arrancar, hay un silencio. Pero uno de los presos grita a su mujer: ‘Luisa, no te olvides de que fulano nos debe quinientas pesetas’. El alférez escuchó la frase, se quedó pensativo y mandó bajar del camión al hombre que había gritado a su mujer. El hombre bajó tembloroso. El oficial lo miró fijamente y le preguntó: ‘Dígame, ¿quién le debe a usted quinientas pesetas?’. Respondió muy bajo: ‘Me las debe fulano de tal’. El alférez sacó de su bolso una libreta muy gastada que lee minuciosamente. Hay un lapso de tiempo. Va el alférez y le espeta: ‘Pues ese señor ha sido el que le ha denunciado a usted. Queda en libertad’. Con esto quiero decir que también hubo mucha mezquindad, sobre todo en nuestra posguerra”.
El pintor pregunta al psiquiatra: “El bando vencedor elogia mucho a sus héroes”. Se ríe el psiquiatra: “En eso de los héroes hay mucha leyenda. Es bien cierto que en esos años de la guerra, corría la morfina y el alcohol. En realidad, muchos héroes no eran más que soldados ‘colocados’, llenos de coñac que iban ciegos al combate. Iban de aquí para allá como sombras. Es más, mi colega, el psiquiatra franquista López Ibor, cuenta que al terminar la contienda abundaron lo que él llamó ‘los yonquis de la guerra”.
Ahora interviene el músico y matiza: “No es cosa nueva, los nazis utilizaron la metanfetamina, sobre todo allá cuando las tropas combatían en la estepa rusa. Después de la guerra española, las farmacias estaban llenas de opiáceos. Allá en los años ochenta, cuando la epidemia de la heroína, por ejemplo, aquí en Ourense no quedó una farmacia sin saquear”.
(Allá en mi niñez, en los veranos que pasaba en mi aldea de Arzádegos, recuerdo a un hombre amigo de mi abuelo. En la aldea, todo el mundo le llamaba ‘El Coronel’. Sucedió que fue uno de los que entraron en al Alcázar de Toledo el 25 de septiembre de 1936 para liberar El Alcázar. Vagamente recuerdo que siempre hablaba de Moscardó: “El coronel sacrificó a su hijo y no rindió la fortaleza. Yo le serví alguna taza de café”. Lástima, mis imágenes son borrosas.
Ay, ¿será cierto lo que escribió Camus en ‘La Peste’? ¿que en los hombres hay más cosas dignas de admiración que de desprecio?).
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