Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
El álamo
La corrupción es indignante. La incompetencia es todavía peor. Aznar hizo famoso aquel “España va bien” y causó fortuna. Eran años de bonanza. Las recetas de austeridad empezaban a dar sus frutos. La libertad económica traía prosperidad. España era un país rejuvenecido e ilusionado. Al menos se podía ganar dinero, se podía invertir, se podían poseer propiedades, y el trabajo tenía un valor. El chollo entonces era trabajar, porque no salía mejor cobrar el paro que buscar un curro, o vivir de paguitas, como ocurre hoy. Tampoco era mejor ser trabajador asalariado y chupar de cualquier bote sin más, que emprender, jugarse la hacienda propia por un futuro mejor, y sacar a varias familias adelante de una tacada.
El resto de carteras ministeriales dejaron de funcionar hace tiempo, pero Interior y Fomento solían mantenerse al margen, y de hecho concitaban acuerdos con otras formaciones
Las carreteras en los tiempos de Álvarez Cascos en Fomento eran una delicia y, para bien o para mal, por el carácter del ministro sabías que no había lugar para las chapuzas. Los ministros todavía sentían una cierta responsabilidad sobre sus competencias, más allá de buscar el argumentario más cuqui para Twitter –que aún no existía- o para el telediario.
El ministro del Interior sentía tanto como las víctimas los problemas de seguridad, buscaba soluciones, no pactaba con los criminales. Infraestructuras y seguridad son los dos grandes termómetros de la competencia en cualquier gestión. El resto de carteras ministeriales dejaron de funcionar hace tiempo, pero Interior y Fomento solían mantenerse al margen, y de hecho concitaban acuerdos con otras formaciones. Esto, lo normal en un país normal, lo rompió el cretino de Zapatero, que antepuso los intereses de partido y el sectarismo ideológico a cualquier otra cosa.
Me dirás que hubo corrupción en estos ministerios mucho antes de que llegara Zapatero, e incluso antes de que llegara Sánchez a institucionalizarla, y es verdad. Pero precisamente los corruptos se cuidaban mucho de hacer las cosas bien en sus negociados, al menos para disimular, al menos para no llamar la atención mientras trincaban.
Fomento, con su inmenso presupuesto y sus miles de adjudicaciones, es un nido tradicional de corruptelas. Pero, comisiones al margen, se podía circular por aquellas carreteras y los trenes no eran cárceles de prisión preventiva a la espera de la decisión del ministro tuitero sobre si lo puedes abandonar o no. Hoy nos roban más que nunca, Hacienda nos exprime más que nunca, y a cambio nos ofrecen servicios públicos propios de un país del Tercer Mundo.
Hablamos mucho de que Sánchez ha saqueado a los españoles y debemos denunciarlo. Pero sin pasar por alto que, hasta la llegada de Óscar Puente a Fomento, algunas cosas todavía funcionaban. He vuelto a cruzar España en coche después de algún tiempo y es una vergüenza el estado de las carreteras. Jamás he visto tantas sin pintar, tantísimos baches, tantas vías principales y secundarias descuidadas, abandonadas, con señalización en ruinas, con maleza ocultando señales, sin restos de civilización. Si no se mata mucha más gente es porque la tendencia a dejar que se pudran las infraestructuras ha crecido en paralelo al afán mafiosamente recaudatorio de la DGT, que terminará obligándonos a desplazarnos en burro.
Y del tren, ni hablar. Ni en la época en que mis abuelos cruzaban de Alicante a La Coruña en viejísimos vagones había la incertidumbre de horarios y averías que hoy está logrando Puente con los trenes más modernos de la historia de España. Es un verdadero hito de la incompetencia. Tanto que uno llega a preguntarse si es que son así de inútiles, o si es un plan premeditado para cabrear a los españoles, a los que odian por no votarles.
Al final tendremos que jurar a las nuevas generaciones que hubo un tiempo en que España funcionaba razonablemente bien en lo elemental.
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