Luis Sotelo
O AFIADOR
Garantistas de sí mismos
Los que nos consideramos metalúrgicos, incluso a pesar de que la metalurgia es considerada hoy una disciplina marginal, nos sentimos orgullosos de serlo. Fueron metalúrgicos los que, por primera vez, correlaccionaron una microestructura con propiedades, y los que establecieron el paradigma de la ciencia de materiales vinculando composición con procesado, microestructura y propiedades, sentando las bases de la Ciencia de Materiales. También fueron metalúrgicos los primeros en utilizar mapas de fases para predecir microestructuras, lo que hoy llamamos diagramas de equilibrio. Los metalúrgicos también tenemos en nuestro imaginario la contribución que hicieron durante milenios los alquimistas a unos rudimentos de ciencia de materiales, donde a través de experimentos de prueba y error trataron sin éxito de encontrar y utilizar la piedra filosofal para transmutar cualquier metal en oro. O, con otras palabras, conseguir los mejores materiales actuando sobre unas materias primas y utilizando las herramientas del oficio. No en vano, la palabra alquimia procede del árabe al-khimiya, que significa “verter juntos”, “soldar”, “alear”, “fundir un metal”… Aquellos alquimistas observaron que los metales podían cambiar, evolucionar, como consecuencia de su interacción con otros metales o con su entorno (por ejemplo, oxidándose), bajo la acción de procesos inducidos por su maestría. ¿Por qué no pensar que utilizando una “piedra filosofal” podrían conseguirse los materiales perfectos?
Hoy necesitamos de esta nueva piedra filosofal para conseguir la cuadratura del círculo y hacer converger esos cientos de miles de combinaciones en una solución milagrosa
Hoy perseguimos los mejores materiales para cualquier aplicación, y en un futuro próximo podremos ver aleaciones que soportan mucha más temperatura y mejorando la eficiencia de los motores, materiales para baterías capaces de almacenar mucha más energía, biomateriales que permitirán implantes que regenerarán nuestras articulaciones, materiales que permitirán construir y reemplazar órganos en el cuerpo humano. Minimizaremos hasta tamaños atómicos componentes electrónicos que nos llevarán al desarrollo de ordenadores cuánticos y materiales multifuncionales que nos permitirán reducir la cantidad y el peso de los componentes estructurales de cualquier máquina que además de soportar carga mecánica podrán almacenar energía, actuar con memoria de forma o soportar condiciones extremas en su funcionamiento. Y todo esto, ayudados por técnicas de caracterización y fabricación que hace pocos años hubieran parecido ciencia ficción. Y además, minimizando el uso de materias primas, potenciando el reciclado de materiales y residuos y, en suma, optimizando recursos y reduciendo al máximo las emisiones de gases de efecto invernadero. Tendremos que acostumbrarnos a que no podemos usar algunos materiales y en cantidades ilimitadas y que estamos forzados a usar aquellas materias primas que tengamos disponibles.
Con todas estas restricciones, nuevos criterios de selección, nuevas posibilidades de fabricación y los requerimientos complejos que exigimos a los materiales, nos encontramos con un problema de grandes dimensiones, con cientos de miles de posibles combinaciones. Manejar esto hoy sería imposible sin la nueva piedra filosofal: la inteligencia artificial. Al igual que los antiguos alquimistas utilizaban el concepto de piedra filosofal para intentar modificar las propiedades de un material, hoy necesitamos de esta nueva piedra filosofal para conseguir la cuadratura del círculo y hacer converger esos cientos de miles de combinaciones en una solución milagrosa que nos permita dar un salto mortal en el desarrollo de un nuevo material. Los metalúrgicos volvemos a convertirnos en alquimistas, como de alguna manera predijo el filósofo norteamericano Hubert L. Dreyfus vinculando alquimia e inteligencia artificial.
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