La izquierda retrógrada y la gestación subrogada

Publicado: 16 may 2025 - 06:00

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El debate sobre la gestación subrogada en España ha alcanzado niveles de virulencia ideológica difíciles de justificar en un país que se proclama moderno y defensor de las libertades individuales. El Gobierno ha optado por una cruzada moralizante que no sólo vulnera derechos fundamentales, sino que convierte a familias y niños en rehenes de una visión dogmática, profundamente reaccionaria. La ministra de Igualdad, Ana Redondo, ha calificado la gestación subrogada como una forma de “violencia reproductiva” y amenaza con endurecer aún más las barreras legales. O sea, “igualdad” para todos… menos para estos niños. Su posición política contradice la de un Estado que presume de aconfesional. Niega la autonomía de las mujeres para decidir sobre su cuerpo (¿qué pasó con el famoso eslogan de “nosotras parimos, nosotras decidimos”?) e impide formar una familia a miles de parejas heterosexuales y homosexuales. Para estas últimas, la gestación subrogada es con frecuencia la única vía posible.

No es casual que en los países de tradición anglosajona y protestante, donde la libertad individual ocupa un lugar más alto, la gestación subrogada se haya normalizado y regulado de forma transparente y tolerante. El Reino Unido, Canadá o varios estados de Estados Unidos, así como nuestro vecino Gibraltar, tienen desde hace años un marco legal que garantiza tanto los derechos de las gestantes como los de los futuros padres y los niños. Incluso Portugal, con quien compartimos tantos lazos culturales, ha sido capaz de aprobar una legislación moderna y garantista. Pero España arrastra aún el peso de su dogmática confesionalidad y opta por un discurso inquisitorial disfrazado ahora de progresismo. Se junta el moralismo rancio de izquierda y derecha con el tabú anti-lucro de ambas. En realidad, la gestación subrogada es legítima tanto si se hace de forma altruista como si media una compensación económica. Lo que realmente importa es la soberana voluntad de la mujer que, con plena conciencia y libertad, decide participar en un acuerdo. “Violencia reproductiva” sólo hay si se la coerce. Quienes defienden el derecho al aborto en nombre de la libertad sobre el propio cuerpo son intolerantes cuando se trata de gestar para otros. Cuánta hipocresía. ¿Acaso la libertad sólo es válida cuando encaja en su ideología? Para las feministas antiliberales, la mujer sólo es libre de hacer lo que ellas quieran que haga. Pobre de esa misma mujer si decide usar su cuerpo de formas que a ellas, las moralistas de hoy, las victorianas autoritarias, las censoras monjiles del siglo XXI, no les parezcan correctas, desde la pornografía o la prostitución a la gestación subrogada. Es repulsivo el grado de tiranía ideológica al que estas beatas de izquierdas quieren someter a toda la sociedad.

"El PSOE y Sumar han vuelto a las esencias más casposas de la España que Menéndez Pelayo llamó “luz de Trento, martillo de herejes, luz de Roma”

La prohibición de inscribir a los bebés nacidos por gestación subrogada en el Registro Civil o en los consulados no sólo es cruel; es lisa y llanamente inconstitucional. Constituye además un ensañamiento jurídico contra estas familias, y es una forma de castigo ejemplarizante que utiliza a los niños como instrumento de un discurso ideológico. Esta negativa contraviene el principio de interés superior del menor y vulnera derechos fundamentales como la identidad, la nacionalidad y la protección jurídica de la infancia. ¿En qué clase de Estado de Derecho es aceptable que un recién nacido se vea privado del reconocimiento legal inmediato por el mero hecho de haber nacido de una forma que no gusta a estos Torquemadas de puño en alto? ¿Cómo se puede justificar que estas criaturas sean tratadas como ciudadanos de segunda categoría? Más allá de las proclamas grandilocuentes y las soflamas moralizantes, lo que se esconde en esta persecución es un profundo miedo a la libertad de vivir al margen de los dictados ideológicos y moralistas de la izquierda, que son los mismos de Giorgia Meloni y otros ultraderechistas. El gobierno y el feminismo radical han abrazado la postura autoritaria que se deriva de una tradición cultural arcaica, incapaz aún de romper del todo sus cadenas oscurantistas, heredadas de nuestra apuesta fallida en Trento. Esta posición nos aísla en Europa, nos condena de nuevo a ser el furgón de cola de la modernidad.

Pero la vida sigue. Mujeres de todo el mundo ejercen su derecho a decidir sobre su cuerpo, guste o no a las feministas censoras. Miles de familias siguen luchando por inscribir a sus hijos. Y los niños nacidos por gestación subrogada acaban por ser normalizados jurídicamente. Lo que no sabemos es cuánto tiempo seremos, en nombre de una superioridad moral falsa y arrogante, el último país de raíz occidental en reconocerles plenamente su dignidad y sus derechos. Hace dos décadas España estuvo en la locomotora de ese mismo tren cuando fue el tercer país del mundo en reconocer el matrimonio homosexual. Pero el PSOE y Sumar han vuelto a las esencias más casposas de la España que Menéndez Pelayo llamó “luz de Trento, martillo de herejes, luz de Roma”. La política hace extraños compañeros de viaje. Izquierda Unida y el PSOE… con Vox, quién lo habría dicho.

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