Opinión

Cheque escolar sí, pero no así

El pasado lunes, la Conferencia Episcopal sorprendió al defender el cheque escolar, una medida liberal que traslada las decisiones educativas a las familias y no al Estado. “Qué cosa más rara”, pensamos algunos, porque el cheque escolar no sólo desmonta la enseñanza estatalizada, sino también ese nefasto híbrido español que es la “concertada”. En la rueda de prensa, el cardenal Omella abogó por el cheque escolar pero se abstuvo de entrar en más detalles. Más parece un guiño preelectoral a Vox que contiene una apuesta seria por la liberalización educativa. El cheque escolar que plantea Omella, si al final es como el de Vox, no es tal cheque escolar sino una malversación intelectual del concepto de Milton Friedman. Hace unos años asistí a un debate de varios políticos, y entre ellos estaba Iván Espinosa de los Monteros. Hizo lo mismo que Omella: alabar el cheque escolar sin entrar en materia. En el coloquio posterior me enzarcé en un breve intercambio de argumentos con él. De sus palabras y de la lectura de los textos de Vox, que son muy vagos y pasan de puntillas sobre la gestión del cheque, se desprende que no creen realmente en esta herramienta. Buscan un sucedáneo light.

El cheque escolar de verdad, como el cheque sanitario o cualquier otra medida similar, tiene un objetivo compensatorio y no generalista. Es decir, su finalidad es evitar la exclusión social de los más vulnerables en cuanto a un servicio considerado tan esencial que debe ser de universal ejercicio con independencia del nivel de renta. Estamos ante un mecanismo racional y justo para asegurar, no sólo que todo el mundo tenga acceso al servicio, sino (y esto es fundamental) que pueda escoger en libertad la entidad proveedora del mismo, sin que el precio sea un problema. Para que el cheque funcione es necesario que desaparezca la competencia desleal que hoy encarnan tanto la pública como la privada concertada. Los colegios deben ser todos privados sin más. Como padre doy fe de lo difícil que es encontrar un colegio que no sea ni del Estado ni de la Iglesia, a un precio asequible. La manera más justa y transparente de privatizar los públicos es mediante la constitución de pymes y cooperativas formadas por su personal. Los conciertos entre el Estado y un colegio privado deben desaparecer: como toda forma de “partenariado público-privado” son una solución aún peor que la estatal, pues favorecen la injerencia del Estado en la empresa privada. Una vez que todos los colegios sean privados, los habrá de todo tipo: vinculados a alguna religión o a ninguna, con una o más lenguas vehiculares que decidirán ellos, con códigos éticos y valores filosóficos diversos, con precios altos o bajos, con uniforme o sin él, con alumnado mixto o segregado, con mayor énfasis en las humanidades o en las ciencias, etcétera. Es decir, habrá por fin un libre mercado educativo. Un mercado libre es simplemente la vertiente económica de una sociedad libre, y en el sector educativo también. Esta medida debe acompañarse de una fuerte rebaja fiscal a la población, pero a pesar de ello seguirá habiendo un porcentaje que no podrá costear la enseñanza de sus hijos. Esta brecha de la universalidad se corrige mediante el cheque escolar, que de ninguna manera puede ir a las empresas educativas beneficiarias de los actuales “conciertos”, sino directamente a las familias. Serán los padres y madres de cada alumno, si y sólo si su nivel de renta es inferior a un baremo anual, quienes recibirán un cheque canjeable en el centro de su elección. El valor del cheque se corresponderá con el precio medio del servicio, calculado anualmente.

El cheque escolar generalizado que plantea Vox y que parece sugerir Omella es en realidad una “renta básica universal” en el ámbito educativo, y se parece por tanto mucho más a la política de Podemos que al liberalismo económico. Si se apoya el cheque escolar se tiene que hacer con conocimiento de causa y con honestidad intelectual, sin ocultar que implica privatizar todos los centros y deshacer los conciertos y, en nuestro tiempo, destinarlo sólo a las rentas bajas o medias-bajas, tras una fuerte rebaja fiscal. Lo demás son cuentos y brindis al sol. Y, además, ¿en qué cabeza cabe aplicar el cheque solamente a la educación pero no a los demás servicios esenciales? Tan necesario es el cheque sanitario como el escolar. Tan necesario como estos dos puede ser el de gastos de dependencia o el de asistencia letrada (en sustitución del abogado de oficio sin posibilidad de elegir). E igual de necesario, si no más, es iniciar la transición hacia un sistema de previsión individualizada privada para las pensiones y para el desempleo. Pero claro, para abrazar esta lógica política, realmente solidaria con los más necesitados y orientada a igualar su ejercicio de los derechos en vez de crear guetos de pésima gestión funcionarial, hace falta ser liberal, y ni lo es Vox (que rechaza el cheque sanitario) ni lo es la Conferencia Episcopal, que debe de seguir pensando, como el cura integrista Sardà i Salvany o como Pío IX, que “el liberalismo es pecado”. Si lo es, urge pecar.

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