Opinión

La derecha comunista

Prolifera en Occidente desde hace unos diez-doce años un tipo de derecha nuevo, que algunos califican de “comunista” porque sus modos y su estrategia parecen simétricos a los de la extrema izquierda enraizada en el comunismo clásico. Si somos capaces de dejar de lado la estética y los mitos específicos, y nos fijamos en el modus operandi y en el plan que proyectan para el caso de gobernar (o ejecutan ya, allí donde han tocado poder), el calificativo de “comunista” no parece descabellado. La nueva derecha radical distingue entre dos izquierdas: la izquierda progre, woke, meliflua, buenista, posmoderna, socialdemócrata, blanda, vegetariana… y la izquierda dura, ortodoxa, leal a la tradición marxista, heredera de Stalin, jerárquica, de orden cerrado, carnívora, dictatorial. Esta nueva derecha radical prefiere a esta última izquierda frente a la primera. Es a la primera a la que odia a muerte. Prefiere a los Kim frente a Tony Blair. Comprende mejor a los herederos intelectuales de Lenin que a los de Olof Palme. Le gusta más Lukashenko que Kamala Harris. Desde una perspectiva liberal, ni Palme ni Blair ni Harris son, en forma alguna, santos de nuestra devoción, pero es de sentido común tener por mucho peores a Lenin, Lukashenko o la dinastía roja de Pyongyang. Y sin embargo, la nueva derecha de Trump, de los gobiernos polaco e italiano, de Orbán, de Vox o de Le Pen, pone el acento en señalar con crudeza a su hereje favorito, el progre, mientras calla o aminora la crítica ante la izquierda realmente peligrosa, ante el comunismo real. Steve Bannon alardea comparándose con Lenin.

¿Cómo es posible, cuál es la conexión? El complejo castillo de las ideologías es un edificio caprichoso y amplio, lleno de pasadizos que comunican en secreto salas aparentemente distantes. La nueva derecha radical prefiere tener enfrente una izquierda más disciplinada y jerarquizadora. Como a ésta, a la derecha le horroriza el “sindiós” de la libertad. Desconfía de ella, le repugna. A la mínima oportunidad, la tacha de “libertinaje”. Esta nueva derecha puede llegar a comprender una dictadura de izquierdas: aunque le disguste, la entiende. Hablan el mismo idioma. Lo que no soporta es la izquierda “hippy” con tintes ácratas, como tampoco soporta la derecha burguesa, librepensadora y “libertarizante”, ácrata también en cierta medida, y se esfuerza en ahogarla para sustituirla. 

En otras palabras, la nueva derecha radical busca cancelar todo lo liberal, especialmente lo más innovador (como el libertarismo) para ocupar el espacio entero a la derecha del centro, y librar después su batalla “cultural”, ¿contra quién? Pues, curiosamente, no contra los Mao, Jaruzelski o Ceausescu de hoy, sino contra la Disney por el crimen imperdonable de poner a una actriz negra a hacer de sirenita, o contra el nuevo espantapájaros que ha esculpido con esmero esta derecha: las “élites globalistas”, esa cábala secreta que desde Davos dirige el mundo con perfidia.

Estamos ante una derecha que, en efecto, podemos tachar de “comunista” porque presenta paralelismos claros con la extrema izquierda. Es disruptiva hasta la negación de los resultados electorales o el bloqueo de ciudades, como vimos en Ottawa. Es violenta en su comunicación. Es, llegado el caso, golpista (parlamento brasileño, capitolio de Washington, dos intentonas en Alemania y una en Francia desde 2016). Es una derecha que rechaza los valores burgueses, democráticos, de diálogo y alternancia, y apuesta por la rudeza. Es tan desobediente en la oposición como será luego autoritaria en el poder. ¿Cómo no calificarla de comunista? O quizá sea más preciso llamarla bolchevique.

Pero todo esto no es casualidad. No estamos ante una simple copia del modelo populista de la izquierda radical por parte de esta nueva derecha igualmente radical. Sí, ambas beben de las enseñanzas del máximo intelectual populista, Ernesto Laclau, y siguen su obra como un manual práctico de acción para conquistar el poder, pero hay más. Hay una dimensión geopolítica en todo esto. La divisoria convencional izquierda-derecha está cambiando a una nueva que, sin tapujos ni medias tintas, es “estatismo-individualismo”, o también podemos llamarla “autoritarismo-liberalismo”. 

Toda la escuela geopolítica llamada realista o neorrealista, con John Mearsheimer a la cabeza, lleva varias décadas preparando el terreno. Uno de los libros principales de este profesor norteamericano ataca nominalmente al liberalismo calificándolo de “sueño”. Mearsheimer, amigo de China y sobre todo de Rusia, coincide con la intelectualidad de la izquierda ortodoxa y de la nueva derecha autoritaria, y se opone en cambio a los autores liberales. El problema lo tenemos en casa, en el interior de Occidente, y consiste en la preferencia de la izquierda y la derecha “comunistas” por una gobernanza “dura”, intervencionista y estatista de las sociedades en un marco internacional de hegemonías regionales. Sí, en el extremo está Dugin, pero más cerca tenemos a nuestros nuevos ultras locales, con corbata y aspecto burgués pero con alma falangista: los comunistas de la derecha.

Te puede interesar