Opinión

Escuchemos a Cordeiro

Sumidos en la vorágine política española y en la guerra de Ucrania, no somos conscientes de la aceleración biotecnológica en la que también estamos inmersos. En estas últimas semanas hemos asistido al uso de una placenta artificial durante más de diez días, marcando el fin de la especulación sobre si será o no posible la gestación extracorporal temprana o incluso total, para considerar simplemente el cuándo. Ni que decir tiene que la viabilidad de la gestación desde mucho antes del plazo de aborto pondrá fin al debate sobre éste, una vez que el traslado sea posible desde una mujer que no desee continuar con la gestación a una superplacenta artificial o una superincubadora. Así, ella dejará de gestar y los pro-vida dejarán de dar la tabarra, y además se facilitará la adopción a otras parejas. Todos contentos. De igual manera, este adelanto pondrá fin al debate sobre la gestación subrogada, al ser innecesaria por existir procedimientos biotecnológicos equivalentes sin necesidad de recurrir a una tercera persona. Por cierto que hoy, en ausencia todavía de tales procedimientos, es por supuesto correcta la gestación por sustitución (mientras sea libre y voluntaria) y a mi juicio no merece el menor reproche moral. Ya es legal en el vecino Portugal y en bastantes otros países. En este sentido, ha sido sorprendente que se haya procedido al transplante del útero de una mujer a otra para poder gestar, cuando habría sido mucho menos invasivo y mucho más natural que simplemente gestara la primera para la segunda. 

Casos como este dan una idea bastante cabal del grado de intervencionismo de las administraciones públicas a través de los dichosos comités de bioética. Es deplorable que ante una decisión de índole bioética se reúnan estos comités carentes de toda legitimación política o social y decidan ellos en lugar de hacerlo las personas afectadas. Es necesario reformar de arriba abajo el sistema para que siempre decidan los interesados y para que dejen por escrito testamentos vitales y otras instrucciones que guíen en caso necesario la acción del personal médico, que debe limitarse en lo posible a dar cumplimiento a la inalienable voluntad del paciente, un criterio frente al cual, mientras no se afecte a un tercero, nadie tiene derecho a interponerse. Otro avance científico reciente, que ha saltado en estos últimos días a los medios, es la creación de un embrión humano sin fecundación de un óvulo por un espermatozoide, sino mediante el empleo de células madre de una persona. 

Pero mucho más rápida va la revolución de la longevidad y de la eventual desaparición de la muerte física por enfermedad, vejez o deterioro del cuerpo. Uno de los mayores expertos mundiales en la materia es el hispano-venezolano José Luis Cordeiro, co-autor del best-seller “La muerte de la muerte”, que ya se ha publicado en muchos idiomas y países y sigue asomándose con tenacidad a las listas de libros más vendidos. Cordeiro, cuya voz es una de las más respetadas en el ámbito del futurismo biotecnológico, está cada vez más solicitado por universidades e instituciones de todo el mundo y en sus charlas explica cómo ya se están produciendo los primeros casos de personas cuya edad cronológica dobla la biológica. Es especialmente relevante una primera paciente de más de cincuenta años cuya edad celular es de menos de treinta. El tratamiento es costosísimo, en el entorno de los diez millones de dólares, pero funciona y está a la disposición de cuantos investigadores han querido analizar el caso. Nadie ha podido oponer críticas fundadas. El procedimiento es una sofisticada y procelosa terapia génica resultante en inyecciones de telómeros. 

Como en todo, los ricos que hoy pagan diez millones son los valerosos “early adopters” que están financiando el progreso y además haciendo de cobayas para que lo mismo cueste mañana un millón, después cien mil y más tarde nos lo podamos permitir usted o yo. Que maravilla el capitalismo de libre mercado, y qué importante función social cumplen los ricos. Qué inconscientes son quienes los empujan a irse a otros países. Mientras eso sucede, los dichosos comités de bioética siguen persiguiendo al doctor chino He Jian-kui, que debería ser ya Nobel de Medicina, porque su cura de enfermedades es hereditaria y no meramente vitalicia como exigen los burócratas de la moral que pontifican desde los mencionados comités de bioética. Les parece un crimen eliminar una dolencia grave si los descendientes tampoco la podrán sufrir. Este es el nivel. Por otro lado, los exoesqueletos gobernables por el cerebro están devolviendo a las personas más desafortunadas las ganas de vivir.

Estamos en una espiral de avances biotecnológicos. No pongamos puertas al campo. No frenemos el futuro. Escuchemos a José Luis Cordeiro cuando nos dice que el envejecimiento es una enfermedad curable. La transformación social que se derivará de la alta longevidad y de los demás adelantos biotecnológicos debe afrontarse con confianza en el “dios” más real que existe, un “dios” que nos ha llevado de la animalidad a la cuasidivinidad: la mente racional humana.

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