Opinión

Europa tras el 23-J español

El domingo pasado toda Europa estuvo pendiente de España, y en muchos casos con el aliento contenido ante el riesgo de un posible avance de la derecha radical, si no en escaños, sí en poder. Nueve meses antes había llegado al palacio Chigi la líder de Hermanos de Italia, Giorgia Meloni, al frente de una coalición en la que el segundo partido en importancia, la Liga de Matteo Salvini, es aún más extremista. Pero el caso italiano era diferente del que podría haberse dado en España. En Italia, como antes en Polonia y Hungría, la derecha más extrema del arco parlamentario sólo logra el poder o con mayoría absoluta o mediante una coalición postelectoral con un socio aún más radical. En el país transalpino, el equivalente ideológico del PP sería la muy debilitada Fuerza Italia del recién fallecido Silvio Berlusconi, tercer partido de la coalición y con una relevancia muy secundaria. 

En España, en cambio, la suma de un PP con unos ciento cincuenta escaños y un Vox con cuarenta y tantos habría creado una mayoría absoluta que habría llevado a la cuarta economía de la UE a un gobierno de coalición inversa a la italiana, con el PP en la presidencia y en la mayor parte de las carteras pero sometido a las exigencias ideológicas de su socio ultraconservador. Sorpasso en dos o tres años. Ese escenario habría sido prácticamente inédito en Europa, salvo por la reciente coalición finlandesa, y ponía los pelos de punta a gran parte de los políticos del Partido Popular Europeo y de todo el “mainstream” político de Bruselas, que lleva más de un lustro asistiendo con horror al auge de una nueva derecha radical muy generosamente apoyada desde Budapest y Moscú, que intenta hibridar el conservadurismo descontento con los sectores situados más allá de las fronteras exteriores del paradigma de gobernanza comúnmente aceptado en el mundo civilizado, conocido por los politólogos como “democracia liberal”. Hace poco más de un año ya tuvimos el corazón en un puño cuando la ultraderechista Marine Le Pen, dopada con millones de rublos, estuvo a punto de hacerse con el Elíseo. 

No está claro cuánto va a influir el frenazo de Vox en el resto de Europa, pero como mínimo se puede decir que de momento están respirando con cierto alivio todos los demócratas de centro, centroizquierda y centroderecha, desde democristianos y conservadores no radicalizados hasta liberales, socialdemócratas, centristas, ecologistas y regionalistas diversos. España habría sido, quizá, la puntilla, y eso de momento no ha pasado. ¿Por qué no ha pasado? Pues en gran medida por la radicalización de Vox. A finales de enero de 2022, hace año y medio, Jorge Buxadé montó en Madrid una “cumbre de patriotas europeos” en la que participaron los partidos del grupo europeo ex conservador ECR (hoy radicalizado en posiciones nacional-populistas), del grupo abiertamente ultraderechista Identity & Democracy (ID) y del partido-régimen húngaro Fidesz de Viktor Orbán, poco antes excluido del Partido Popular Europeo. El objetivo de la reunión era avanzar hacia la fusión de los tres grupos, creando la tercera fuerza política europea y desplazando a los liberales al cuarto puesto. La reunión fracasó porque la invasión rusa de Ucrania era inminente y los socios polacos no quisieron correr el riesgo de fusionarse con “Russian assets” como Le Pen, Orbán, Salvini o los alemanes de la AfD. 

Sin embargo, fue el inicio del proceso de radicalización de Vox y de suavización, al menos aparente, de Giorgia Meloni. La italiana no acudió a la cita ultra de Madrid, y siete meses después logró encabezar el actual Gobierno italiano. Va dando una de cal y una de arena, tratando de parecer casi aceptable, casi moderada, casi mainstream, aunque llevando a su país por el camino de la involución en materia de libertades. Vox, en cambio, bajo el poder omnímodo de Jorge Buxadé, no se corta un pelo. 

En este año y medio, el partido español ha extremado sus posiciones antiliberales, anticapitalistas, obreristas-sindicalistas y neofalangistas, diametralmente opuestas a los valores burgueses del centroderecha “de orden”. La puntilla ha sido cargarse, pocas semanas antes de las elecciones, a los últimos conservadores moderados que quedaban a bordo, como el autor del programa económico de cuatro años antes, Rubén Manso. Manso no ha repetido en listas, pero la fanática del “Gran Reemplazo” Rocío de Meer sí lo ha hecho. 

Tomarán buena nota de todo esto en Europa, y seguramente procurarán los homólogos de Vox moderar su discurso para no asustar tanto. Estos partidos son más intensivos que extensivos, son más de hipermovilizar a los suyos que de intentar seducir al votante ajeno. Por eso son extremistas, por eso Aznar los ha llamado fanáticos, con todas las letras. Lo bueno es que se ha visto, y España de momento los ha frenado. ¿Los frenará Europa? Y tan importante como eso: ¿podrán España y Europa frenar al otro extremo, igual de peligroso? Si anómalo sería tener en España ministros de Vox, igual de anómalo es tenerlos del PCE. Dos desastres y una necesidad imperiosa de doble cordón sanitario.

Te puede interesar