Opinión

El final de la Operación Guaidó

Esta semana el gobierno colombiano, presidido por el ex guerrillero Gustavo Petro, forzó a Juan Guaidó a subirse a un avión rumbo a los Estados Unidos. Había entrado en el país de forma irregular y pretendía participar como presidente de Venezuela en un foro político sobre el futuro del país. Este ha sido el triste final de una operación que en algún momento llegó a dar esperanzas a la sociedad venezolana pisoteada por el estatismo, el colectivismo sectario y la corrupción absoluta del régimen narcotraficante y cuasi-comunista de Nicolás Maduro. La fórmula empleada con Guaidó frente a la involución del régimen político venezolano fue novedosa, audaz, ajena a vías de fuerza como los golpes militares de otras épocas. Fue el parlamento elegido por los venezolanos quien, aplicando la constitución del país, dio por vacante la presidencia ante la ilegitimidad democrática evidente, procedimental, de Nicolás Maduro, y a continuación nombró un presidente encargado, accidental, provisional, interino, hasta que pudieran convocarse con garantías elecciones presidenciales transparentes y observadas. Esa situación, reforzada por el amparo de la comunidad internacional, equiparaba o superaba en grado de legitimidad al pretendiente frente al heredero del chavismo. Pero la operación Guaidó descarriló enseguida. Bastaron cuatro ladridos del ministro Lavrov, protegiendo al sátrapa Maduro como protege al sátrapa Assad o a los sátrapas medievales de la teocracia iraní, para que el entonces secretario de Estado Mike Pompeo inclinara la cabeza ante su homólogo ruso. O bien… todo fue desde el principio una operación orquestada para fallar, dando a Guaidó esperanzas que nunca iban a desembocar en un apoyo real, y generando en Venezuela expectativas que el tiempo demostraría infundadas. Un modus operandi muy de Trump.

JOSÉ PAZ
JOSÉ PAZ

El cuadragésimo quinto presidente, considerado por su sobrina Mary (reconocida experta en psicología clínica) como “el hombre más peligroso del mundo”, no se limitó a dividir la sociedad de su país en dos bandos, hoy a punto del conflicto civil, ni a dejar el segundo mayor déficit primario de la historia, ni a terminar sus días en el Despacho Oval llamando a la sedición y coaccionando a un alto cargo de Georgia (“consígueme once mil votos más”), sino que fue, sobre todo, una pieza clave de la expansión internacional del poder geopolítico ruso. Durante sus cuatro años en la Casa Blanca, Trump nunca revirtió la nefasta política de brazos cruzados de Obama respecto a Crimea. Regaló a Putin el protagonismo en Oriente Medio y Libia. Le dejó salvar el sangriento régimen sirio que da a Rusia una preocupante salida al Mediterráneo. Empujó a Turquía, país OTAN, hacia el Kremlin. Permitió que los ayatolás se lamieran las heridas bajo protección rusa. En Extremo Oriente, ya desde el inicio de su mandato, puso en riesgo a los socios tradicionales de Occidente -países libres y prósperos con economías de mercado- adoptando disparatadas medidas de guerra económica contra ellos. Se aproximó estúpidamente a Kim Jong-un sin obtener absolutamente nada, ni siquiera alguna concesión menor. En Europa también tensó la cuerda con los socios de Washington para empujarlos a romper su bloque comercial y político y aproximarse a Moscú. En África, la expansión del tristemente famoso Grupo Wagner incrementó la influencia de facto del Kremlin cambiando el escenario geopolítico regional. Podría pensarse que, a cambio de todo esto y de una camaradería exacerbada con Putin, Rusia le habría dejado al menos las manos libres en cuanto al “patio trasero” latinoamericano, pero no. En Cuba no hubo cambios, y en varios países de la zona fue aumentando la influencia rusa mientras Trump cultivaba una tensión estéril con México a cuenta de la estupidez del muro. ¿Y Venezuela? El “niet” de Putin fue inmediatamente acatado por el vasallo neoyorquino y lo de Guaidó quedó en una comedia de enredos con mucha gesticulación pero sin contenido. Lo que hemos visto esta semana es el colofón de un desenlace que comenzó el mismo día que Trump traicionó a este pobre muchacho y, de paso, a Venezuela y a Occidente.

Los fans de Donald Trump repiten con insistencia que su ídolo fue poco menos que un santo de la geopolítica, un gran amante de la paz mundial, porque “fue el primer presidente en no iniciar ninguna guerra”. Ya, pues hay que preguntarse a qué precio y a beneficio de quién. La respuesta la tenemos a tres horas de avión. Putin había confiado en mantener cuatro años más un agente suyo en la Casa Blanca, y quizá en colocar otra en el Elíseo. Cuando vio torcerse lo único que le interesa, que es la geopolítica, reunió cien mil soldados en las fronteras de Ucrania. Y cuando Occidente no cedió al chantaje, la invadió. Ahora dice Trump que con él en el poder eso nunca habría pasado. Claro, él le habría regalado Ucrania a su amo y ahora tendríamos a Putin en Viena, o en los Pirineos, o en Lisboa. Juan Guaidó ha sido, simplemente, una víctima más de Trump y de su jefe kagebista. Y mientras, más de siete millones de venezolanos han tenido que irse de su país.

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