Opinión

La izquierderecha entrometida

La nueva derecha iliberal que está en auge en toda Europa es colectivista y presenta una gran área de intersección ideológica con la izquierda radical. Ya podemos hablar de una auténtica “izquierderecha”. Esto no es nuevo: ya hace un siglo, el debate entre totalitarismos dejaba entrever una conexión profunda entre ellos, unidos en su desprecio común por el mundo moderno y por el orden liberal, ilustrado e individualista. La izquierderecha, en su variante rojiparda violenta o en otras más moderadas, reivindica siempre el protagonismo de nociones colectivas (patria, nación, pueblo, comunidad, clase, etc.) y el antagonismo con las nociones igualmente colectivas que dice combatir (la casta, las élites, determinados grupos, etc.). La izquierderecha busca dominar desde el Estado la cultura y sus tendencias, el arraigo de valores en la sociedad, las creencias predominantes y hasta los estilos y las modas. Izquierda y derecha cultivan cánones de apariencia distinta, pero el efecto es el mismo: eliminar la formación espontánea de códigos culturales y sustituirla por la acción deliberada top-down desde el poder político. Así, por ejemplo, la nueva derecha convoca a sus huestes a la “batalla cultural” para hacer lo mismo que la izquierda, variando sólo los contenidos. Los liberales somos los únicos que queremos sacar al Estado de la ecuación y restaurar el orden espontáneo de la sociedad.

JOSÉ PAZ
JOSÉ PAZ

La izquierderecha usurpa en especial la libertad moral del individuo. Por ejemplo, lo hace al proscribir la gestación subrogada impidiendo así acuerdos libres entre personas adultas. Sólo el liberalismo apoya sin reservas esta técnica de reproducción. Similar diferencia entre los liberales, por un lado, y los colectivistas de la izquierderecha, por otro, se da con cierta frecuencia ante otras innovaciones derivadas del avance científico y tecnológico, en las fronteras de la bioética. E incluso en un ámbito como el del juego coinciden con frecuencia la nueva derecha radical y sus primos de izquierdas. Así, por ejemplo, ambos bandos aprueban el monopolio estatal de las loterías, la arbitraria concesión de una de ellas a una sola asociación privada y la restrictiva política de licencias para casinos. Más aún, ambas comparten el rechazo a las empresas de apuestas. Por otro lado, la izquierderecha mixta presenta una oposición frontal a concluir la fallida guerra antidrogas, perpetuando así el negocio de los cárteles y de los regímenes dictatoriales con los que están aliados, y condenando a los consumidores a un producto adulterado y mucho más caro, lo que incrementa a su vez la delincuencia. 

Por otro lado, la izquierda de los años setenta a noventa reivindicaba la libertad sexual, pero la de hoy, tras una involución cultural que la ha situado en un moralismo similar al de la derecha confesional, coincide con ésta en oponerse a legalizar y dignificar el trabajo sexual que ejercen millones de hombres y mujeres en todo el mundo. Lo ejercen y lo seguirán ejerciendo cualquiera que sea el marco jurídico, y la represión de esa legítima actividad es fútil y perjudicial. Como buenos moralistas, los integrantes de la izquierderecha son unos hipócritas a quienes les importa cero el resultado de sus prohibiciones, en este caso condenar a todos esos trabajadores a la clandestinidad, a la trata y a unas condiciones penosas de ejercicio de su profesión. En el colmo del iliberalismo, la izquierda y la derecha radicalizadas coinciden últimamente en atacar también la pornografía, y seguramente el siguiente paso será imponer censura. El liberalismo, por supuesto, seguirá llevando el estandarte de la plena libertad de realización de actos sexuales con fines de lucro, limitada obviamente a personas adultas y con plena capacidad psíquica.

Finalmente, una parte sustancial de la izquierda, condicionada por el feminismo radical trans-exclusionista (TERF por su acrónimo inglés) pretende ahora lo mismo que la derecha más rancia: marginar a las personas transexuales. El liberalismo reconoce los derechos de esas personas, incluyendo la autodeterminación de género. Nuestra única matización será la necesidad de evitar situaciones de ventaja física en ámbitos como el deporte y gestionar adecuadamente determinados espacios, por ejemplo las prisiones y los baños públicos. Eso es todo, y más allá de eso los liberales no sentimos ningún rechazo hacia las personas trans, y sí a su constante denigración por parte de esta izquierderecha que las trata como a seres humanos de segunda categoría, presentándolas como seres inestables y propensos a la marginalidad y las drogas. Esta visión tan injusta y sesgada contrasta, por ejemplo, con la impresionante aportación intelectual de la gran pensadora liberal, y mujer transexual, Deirdre McCloskey. Precisamente ella ha arrojado mucha luz sobre la importancia de los valores burgueses, y destaca entre ellos el respeto a la privacidad y a la forma y estilo de vida de los demás, es decir, todo lo contrario a la actuación de esta izquierderecha entrometida y moralista, antiliberal y opresiva del individuo.

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