Opinión

El legado de Montaner

Ha muerto Carlos Alberto Montaner. El periodista veraz, el ensayista certero, el narrador adictivo, ya no está con nosotros. Hemos perdido al exiliado de la dignidad infinita, al político desterrado que jamás se cansó de llamar a todas las puertas para pedir libertad para Cuba, para su Cuba. No tendremos ya su consejo visionario ni el contraste imprescindible de nuestros proyectos con su cabal sentido común. Nos falta Montaner, y le extrañamos. Añoramos su humor más británico que cubano, esa ironía provocativa e inteligente, ácida en ocasiones pero siempre exenta de arrogancia. Echamos de menos su elegancia, su saber estar, su capacidad de ver en cada persona lo mejor y sacarlo a relucir ayudándole a que sus luces vencieran a sus sombras. Y nos va a faltar, sobre todo, su admirable firmeza en las convicciones e ideas de la Libertad. 

Por la Libertad, fue activista hasta el último de sus días y hasta el día siguiente a ese, porque ha dejado, en forma de artículo póstumo, un canto humilde pero a la vez extraordinariamente valiente a la soberanía irrestricta del individuo humano en los momentos finales de su existencia

Por la Libertad tuvo que abandonar su país. Una vez me dijo que Cuba fue, tal vez, un sueño que tuvo. Y por la Libertad siguió trabajando sin descanso por aquella isla sometida a la salvaje tiranía del comunismo más abyecto y deshumanizador. Por la Libertad fue liberal y como vicepresidente de la Internacional Liberal supo representar a cuantos de ella carecen, a cuantos, por no ser libres, comprenden mejor que nadie que no hay fin más importante ni valor más elevado. Por la Libertad escribió miles y miles de artículos, que cientos de periódicos reprodujeron durante décadas en todo el mundo hispanohablante, y por la Libertad nos regaló una colección de libros que adquieren ahora un valor definitivo. Por la Libertad, Carlos Alberto Montaner fue siempre el mentor entregado y el valedor efectivo de muchos que, como yo mismo, acudimos a pedirle consejo y apoyo. Por la Libertad, fue activista hasta el último de sus días y hasta el día siguiente a ese, porque ha dejado, en forma de artículo póstumo, un canto humilde pero a la vez extraordinariamente valiente a la soberanía irrestricta del individuo humano en los momentos finales de su existencia. Por la Libertad, Carlos ha sido señor de su vida hasta su último aliento. En su texto final afirma que “no hay mayor libertad que la de elegir el momento de la partida”. Carlos, que todo lo hizo bien, también supo irse bien, hace una semana. Se fue en sus términos. Se fue decidiendo él cómo y cuándo poner fin al sufrimiento provocado por la maldita enfermedad degenerativa que le estaba devorando. Y decidió también dónde: en su casa, en su querido Madrid, frente al Retiro. Se fue rodeado de la dulce y valiente Linda, su amor de toda una vida, y de sus hijos. Nos queda el consuelo de saber que murió como vivió: rodeado de personas que le querían y firme en las convicciones que siempre defendió. Personalmente, rechazo con indignación los cuestionamientos que estos días he escuchado respecto a su decisión soberana: las religiones obligan a sus creyentes, no nos obligan a los demás.

Se fue decidiendo él cómo y cuándo poner fin al sufrimiento provocado por la maldita enfermedad degenerativa que le estaba devorando

Qué inmensa suerte es haber conocido a Carlos Alberto Montaner, cuya huella de bondad y rectitud nos ha marcado de por vida a cuantos hemos tenido ese honor; y cuyo legado intelectual está ya inscrito con letras de oro puro en el firmamento del liberalismo español, latinoamericano y mundial. Cuando viajé a donde él no podía viajar, a su añorada Cuba, fue Carlos quien me quitó los miedos. “Te van a vigilar y lo van a hacer de forma ostentosa para amedrentarte, pero no te detendrán, como mucho te expulsarán”. Estuve tres días y sí, no pararon de seguirme a todas partes y de la forma más burda. Me reuní con toda la clandestinidad política del momento, no sólo con los liberales. La mayor parte de los contactos fueron suyos. Y llevé también el apoyo económico que Carlos me pidió trasladar a los luchadores por la Libertad en el exilio interior de la isla. De esto ya hace más de veinte años y Cuba sigue enrocada en la maldición totalitaria, pero no me cabe ni la más pequeña duda de que un día no muy lejano habrá en La Habana una avenida que se llame Carlos Alberto Montaner.

Ahora que el monstruo de la polarización ideológica vuelve a acecharnos en España, en América Latina y en gran parte del mundo, cabe reconocer también en Carlos el ejemplo de un liberalismo cabal y limpio

Ahora que el monstruo de la polarización ideológica vuelve a acecharnos en España, en América Latina y en gran parte del mundo, cabe reconocer también en Carlos el ejemplo de un liberalismo cabal y limpio, ajeno por completo a los odiosos cantos de sirena que hoy pretenden hibridarlo con la derecha radicalizada, opuesta, precisamente, a la democracia liberal. Supo ver y denunciar el trumpismo que está llevando a los Estados Unidos, su otro país de acogida junto al nuestro, por el camino que lo aleja de los grandes valores fundacionales de Jefferson, Franklin y Washington. Supo, en su querida España, rechazar categoricamente y desde el principio a la nueva ultraderecha que invoca las páginas más negras de nuestra historia reciente. Fue un liberal de verdad, de los que hay pocos. Un liberal que siempre tuvo muy claro que, en palabras de Hayek, el liberalismo se halla igual de lejos del conservadurismo y del socialismo. Que su querida memoria nos ayude a hacernos dignos de perpetuar sus ideas de Libertad. Nunca le olvidaremos.

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