Opinión

Occidente puede caer por incomparecencia

Occidente puede perder el combate crucial que se libra hoy en el ring planetario por mera incomparecencia. Una incomparecencia cobarde, criminal, suicida. La caída de Kabul puede haber sido solamente la primera pieza de una nueva fase del dominó geopolítico. Una fase de acelerada caída de fichas para regocijo de los liberticidas. ¿Cuál será la siguiente? Acabamos de ver a China redoblar su hostigamiento a Taiwán. El dictador comunista chino Xi Jinping, entronizado por el XIX Congreso del partido único como un nuevo Mao, ha conseguido un gran triunfo en su guerra delegada (“war by proxy”) contra Occidente. La toma de Kabul es un hito sin precedentes en la expansión geopolítica del gigante comunista. Afianza su asociación con Pakistán, potencia nuclear cada día más alejada de Occidente, lo cual pone en serio riesgo a India, país considerado enemigo tanto por los pakistaníes como por el régimen de Beijing. China está crecidísima y se permite cometer todo tipo de atrocidades contra las poblaciones “díscolas”, desde los musulmanes de Xinjiang hasta los hongkongueses o los tibetanos, continuar su expansión imperialista sobre las islas Spratly y amedrentar a los veintitrés millones de habitantes de la China libre, Taiwán, uno de los países más prósperos y avanzados del mundo como consecuencia de ser uno de los más capitalistas. ¿También nos cruzaremos de brazos si la China comunista agrede a Taiwán?

Algo empezó a torcerse muchísimo cuando Rusia se anexionó Crimea abruptamente, con un plebiscito celebrado bajo ocupación militar y sin campaña, y no hicimos nada más que publicar comunicados airados. Se confirmó una mala tendencia, la de una completa pérdida de liderazgo occidental en la geopolítica, en el tablero de Risk de nuestro mundo. Desde entonces, Rusia y China no han parado de pulsar con el dedo la resistencia occidental, y no han encontrado reacción. No es sorprendente que tantos den por muerto al bloque geopolítico occidental, al menos en comparación con la pujanza y el atrevimiento de sus adversarios. Se están haciendo muy mal las cosas, en términos históricos. Los Estados Unidos, y con ellos el conjunto de países que compartimos al menos una cierta preferencia por la ética de la libertad, no ganamos dos guerras mundiales y una Guerra Fría para esto. Para huir de Afganistán con el rabo entre las piernas. Para ver como un régimen comunista domina el intercambio comercial del mundo capitalista porque nosotros, insensatos hasta la idiocia, se lo hemos puesto en bandeja durante décadas. Para permitir que durante cuatro años nos hayan colado un Trump en la Casa Blanca (venganza, quizá, por haber tenido nosotros un Gorbachov en el Kremlin). Para asistir resignadamente a la muerte anunciada, paulatina, apenas incipiente pero ya sensible, del mundo moderno basado en los grandes avances de las revoluciones francesa y americana, y en la Ilustración que puso fin al oscurantismo místico y desencadenó las ciencias y el capitalismo, haciendo que nuestra zona del mundo lograra en un par de siglos lo que toda la humanidad entera no había podido conseguir en miles de años. Los enemigos de nuestro sistema de gobernanza y economía, desde los talibanes al comunismo chino, desde la teocracia iraní a la cleptocracia oligárquica rusa, desde la nueva derecha radical nacional-populista europea hasta los restos de Syriza y Podemos, desde la Venezuela destrozada por el Socialismo del Siglo XXI hasta los sátrapas locales como Lukashenko, están todos de fiesta. Todos los enemigos de la libertad se frotan las manos mientras nosotros nos las lavamos.

Más vale que dejan de contar con nosotros los nicaragüenses sometidos a la bota de Ortega, los cubanos y venezolanos que aún esperaban quizá algún tipo de ayuda, los ucranianos que han visto desgarrarse su país porque no quieren ser un protectorado ruso, los sirios que esperaban librarse de Assad pero han visto a Washington largarse y dejar las cosas a cargo de su padrino Putin, los taiwaneses que han demostrado que otra China es posible y precisamente por esa impertinencia están en lo alto de la lista de prioridades del emperador Xi. ¿Cómo van a contar con Occidente quienes ansían ser parte de Occidente, cuando Occidente muestra semejante fatiga, debilidad o simple cobardía y los empuja a las garras de sus enemigos? Y aquí, en Europa Occidental o en Norteamérica, la legión de ingenuos sigue pensando que lo acertado es abandonar a todos esos aliados a su suerte porque “ni nos va ni nos viene”, porque están en “otros países”. No se han enterado de que estamos en un mundo absolutamente globalizado e interdependiente, y que en realidad ya no hay países ni fronteras efectivas. De manera que sí nos va y sí nos viene. No tenemos que ser el gendarme del mundo pero sí el líder, en la mejor acepción de la palabra: el que tira de los demás y les ayuda a elevarse para caminar juntos. Y cuando las élites tiránicas locales, revestidas de teocracia, de comunismo o de nuevas formas de fascismo, aplastan sanguinariamente la libertad, Occidente tiene el deber moral y también el interés propio evidentísimo de actuar. Quizá no como en las últimas décadas, porque no cabe duda de que se ha cometido enormes errores. Pero actuar. O los bárbaros llegarán otra vez a las puertas de Roma.

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