Opinión

Que Feijóo aprenda de Bravo

Ya en 2013, el nefasto gobierno de Mariano Rajoy puso en evidencia nuestro débil crecimiento en renta per capita. Ese año nos superó Malta. De las políticas intervencionistas, socialdemócratas y keynesianas de Rajoy, intensificadas por Sánchez con la ayuda de sus socios de extrema izquierda y con la excusa de la pandemia, se han derivado varios adelantamientos más: hemos quedado por detrás de Chipre, Eslovenia, la República Checa, Lituania y Estonia. Es decir, nos han superado recientemente cuatro países que hasta una generación atrás formaban parte de regímenes comunistas. Ellos han sabido salir de ese desastre, mientras nosotros tenemos la querencia contraria, la de aproximarnos a él. ¿Cómo puede ser tan malo el desempeño de España en el marco europeo? Para responder a esta pregunta hemos de fijarnos en otros dos rankings: el de libertad económica y el de impuestos.

En libertad económica, el índice anual de la Heritage Foundation acaba de darnos este año una nueva bofetada, y muy merecida. Ya estamos a la mitad de la tercera categoría, la de libertad económica “moderada”, entre veinticinco y treinta puntos por debajo de los países económicamente más libres del mundo (Singapur, Suiza, Irlanda y Taiwán). Caemos este año la friolera de 3,2 puntos respecto al año pasado. Nuestro vecino Portugal, ejemplar en tantas cosas, ya nos superaba en cierta medida pero ahora nos saca nada menos que veintiún puestos de ventaja: ellos son la trigésima economía más libre del mundo y nosotros estamos en el puesto 51. Superamos a Botswana por una décima, pero nos superan Albania, Jamaica, Samoa o Cabo Verde. Y, por supuesto, estamos en el pelotón de cola de la Unión Europea. 

En el otro ámbito, el de los impuestos, tenemos una excelente herramienta en el índice anual de la Tax Foundation estadounidense, que se limita a los países de la OCDE. La última edición es del pasado otoño. Pues bien, España es el quinto país… por la cola. Nuestra escasísima competitividad fiscal detrae enormemente la inversión procedente del exterior y expulsa capital y empresas, no sólo extranjeras, sino incluso multinacionales de origen español que deciden trasladar su sede para huir del infierno fiscal en el que PP y PSOE han convertido España. Cabe destacar que todos los países que nos han ido superando en renta per capita a lo largo de la última década están muy por delante de nosotros en este ranking. Estonia lo lidera y nos saca más de 43 puntos sobre cien. Suizos, checos y lituanos se sitúan en el “top ten” fiscal mientras nosotros nos hundimos hasta el puesto 34 de sólo 38. No sé ustedes pero yo, si tuviera dinero, lo que se dice dinero… lo sacaría. España es un entorno confiscatorio del patrimonio y del capital, refractario a la iniciativa empresarial, voraz en impuestos y sanciones, sobrerregulado hasta la asfixia, invasivo de la privacidad financiera, y, sobre todo, culturalmente hostil a los valores que conducen a la prosperidad de las sociedades: el respeto a los planes ajenos, el encomio a quien produce riqueza y da empleo, el entendimiento de que el lucro es positivo y necesario, la comprensión de que el beneficio es el premio justo por satisfacer las necesidades de otros, el afán de mejorar emulando a quienes lo hacen bien y el apego a la industriosidad, a la empresarialidad, a los acuerdos voluntarios basados en el cumplimiento de esa “ley de las partes” que son los contratos. Todo eso nos falta en España, y no es culpa del PP ni del PSOE: ellos son apenas sus más recientes depositarios, pero esta nefasta tradición está enraizada en nuestra historia.

Nunca asumió España del todo ni el capitalismo ni las revoluciones industriales. Nunca se deshizo de los viejos tabúes religiosos contra el lucro, pese a que fueron españoles sus primeros críticos (los economistas de la Escuela de Salamanca). Nunca quisieron nuestros políticos hacer de la española una economía libre, abierta y competitiva, porque siempre creyeron la estupidez esa de que la economía es un juego de suma cero en el que unos deben perder para que otros ganen. Tienen ese mito grabado en las circunvoluciones de sus cerebros estatistas, unos por arrastrar el acervo fallido del marxismo y otros por seguir pensando que “el liberalismo es pecado” (como escribió el cura ignorante Sardà i Salvany en 1884) y por seguir enroscados en la errada Doctrina Social de la Iglesia, en la teocracia de Pío IX y en el distributismo de Chesterton. En economía, España ha tenido una izquierda de izquierdas y una derecha también de izquierdas. Véase el nacionalismo económico extremo de los falangistas de ayer y de los voxeros de hoy. Y ese nefasto pensamiento antieconómico de ambos extremos permeó hasta las cúpulas de Ferraz y de Génova, que nunca entendieron la economía. Bueno, ahora está Juan Bravo en Génova y él sí comprende que la libertad económica es crucial, y lo ha demostrado en Andalucía. Pero, ¿será capaz de enseñarle la “economía en una lección” de Hazlitt a ese socialdemócrata recalcitrante en lo económico que es Alberto Núñez Feijóo? Difícil tarea, pero muy necesaria.

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