Opinión

El realineamiento de Putin

Todo lo que nos habían contado sobre la política como un conflicto entre izquierdas y derechas es falso o está obsoleto. En realidad, hacía muchas décadas que la vieja divisoria izquierda-derecha no servía como herramienta de clasificación de las posiciones políticas. Ya desde los años sesenta y setenta se preocupaban los politólogos por representar los sistemas de ideas (es decir, las ideologías), en formatos más ricos en matices, más adecuados para plasmar realmente las ubicaciones y las distancias. El mejor y principal es el Mapa de Nolan, desarrollado a principios de los setenta por el politólogo David Nolan. Al pasar de una simple línea a un plano, de un dial a un mapa, muchas cosas encajan. Los dos ejes del mapa son la libertad económica y la libertad personal. Curiosamente fue una conservadora, Margaret Thatcher, quien dijo aquello de que “la libertad es indivisible: no se puede tener libertad económica sin libertad personal, ni se puede perder una sin perder la otra”. Y tuvo toda la razón. En la falsa divisoria, si estabas a favor de la libertad económica no podías estar a favor de la personal, y eras “de derechas”; y si estabas a favor de la libertad personal debías oponerte a la económica, y eras “de izquierdas”. Naturalmente, esa manida escala dejaba fuera a todos los partidarios de la “libertad en todo”, es decir, a los liberales auténticos y ajenos a toda hibridación con el conservadurismo o con la socialdemocracia, y a los libertarios, objetivistas, ancaps y otras familias derivadas del tronco común del liberalismo clásico. Aparecíamos esporádicamente a lo largo de la escala, de forma aparentemente incoherente, en función del tema tratado. En el Mapa de Nolan, sin embargo, estas familias ocupan un cuadrante homogéneo. Y es interesante cómo su espacio es distinto y propio, igual de lejano del centroderecha conservador que del centroizquierda socialdemócrata, y diametralmente opuesto al espacio que, juntos, ocupan la extrema izquierda y la extrema derecha. Así pues, la escala izquierda-derecha convencional ya era una antigualla mucho antes de que Putin se echara al monte. Pero su salvaje invasión ha puesto de moda un término relativamente nuevo entre los politólogos: “realineamiento”.

Muchos ven en el conflicto geopolítico global sólo una pugna entre intereses económicos y expansionismos territoriales enfrentados. Pero el actual realineamiento no es entendible sin atender también a otra dimensión: la profunda brecha ideológica que existía ya, pero que ha crecido enormemente, entre dos concepciones filosóficas y hasta éticas del mundo y de la humanidad. Esas dos concepciones, que están por encima de colores políticos y de banderas nacionales, son la que en sentido muy amplio podemos llamar liberal, y cuya articulación social es el sistema que los politólogos denominan “democracia liberal”; y la que oponen nuestros enemigos al sostener la visión opuesta, fuertemente colectivista y estatista, cuya concreción podría ser lo que Viktor Orbán denominó en 2014, deliberadamente, “democracia iliberal”, la cual en realidad se asemeja al marco de gobernanza que vemos en Rusia. La “democracia iliberal” es una enmienda a la totalidad del sistema emanado de la Ilustración liberal clásica, el proceso iniciado en el Noroeste de Europa en el siglo XVIII. Ese proceso nos llevó en todo el mundo del totalitarismo al parlamentarismo, de la lógica monárquica a la republicana, de la sociedad jerarquizada en castas a la movilidad social, del poder terrenal del clero al pluralismo de creencias, y del atraso y la quietud a la acelerada evolución de las ciencias, las tecnologías, el capitalismo, la longevidad y las libertades individuales. Este realineamiento que inducen ahora los iliberales o, en realidad, los antiliberales, busca restaurar una lógica de articulación social en la que el Estado vuelva a ser el intermediario forzoso de todas las interacciones humanas, el encargado de establecer los valores predominantes a abrazar por todos, el señor de vidas y haciendas, el gran planificador y controlador de todo y de todos. Esto gusta y conviene a la derecha, sobre todo a la más radical, porque le sirve para imponer de nuevo su moralismo pacato y su sujeción del individuo, cuando no el retorno a la tradición y a la fe forzosa. Y esto también gusta y conviene a la izquierda, sobre todo a la más radical, porque le sirve para imponer su ideología fallida y liberticida sujetando también al individuo, y estableciendo una sociedad absolutamente dependiente de la planificación y conducción político-burocrática de todo. El realineamiento global tan comentado es, en suma, el pase de la vieja dicotomía izquierda versus derecha a una nueva: izquierderecha versus libertad, o, estatismo versus liberalismo. Y en gran medida, se trata de Occidente versus Rusia y sus otros enemigos. Por eso ambos extremos aman a Putin y a cuanto representa. Bueno, por eso y porque, como ya se va filtrando por mil agujeros, el tito Vladimir paga bien las fiestas de todos los populismos iliberales, da igual de qué extremo del viejo dial.

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