Opinión

Sánchez y el Sáhara Occidental

La semana pasada, el Gobierno dio un bandazo inesperado y absurdo en nuestra sempiterna pugna geopolítica con Marruecos. Sin contar con la oposición ante una cuestión tan crucial, sin contar con sus socios de gobierno, sin contar con nuestro principal proveedor energético, Argelia, y sin contar con la opinión pública española, Pedro Sánchez se marcó un giro de guion imitando a Donald Trump, al reconocer por su cuenta la marroquinidad del Sáhara Occidental. Lo hizo, eso sí, mediante el subterfugio de considerar adecuado el supuesto plan de pseudoautonomía que Mohamed VI esgrime para remachar el respaldo exterior a la anexión cruenta perpetrada por su padre Hassán II.

España es aún, a fecha de hoy, la potencia administradora del territorio, porque la infame carta que Madrid envió a la ONU hace casi cincuenta años no vale, es papel mojado. En aquella misiva, España aseguraba “no ser ya” el país colonizador porque había llegado a un pacto con dos de los países vecinos, Marruecos y Mauritania, y les había cedido el territorio: dos tercios más o menos para Marruecos y la parte meridional para Mauritania, que posteriormente hubo de ceder también al reino alauí por la fuerza de las armas. Así, de un plumazo, España se quitaba de encima las responsabilidades de toda potencia colonial. Obviamente, ninguno de los dos órganos de las Naciones Unidas responsables de los procesos de descolonización, el Comité de los Veinticuatro y la Cuarta Comisión, dio por válido ese instrumento jurídico ilegal, y el Sáhara Occidental sigue, tantas décadas después, en la lista de los menos de veinte territorios pendientes de descolonizar. Las diversas resoluciones de la ONU deben cumplirse. La anexión violenta de una colonia por un país vecino que se cree con derechos históricos a su asimilación jamás puede admitirse, porque es suprema la voluntad presente de la población. Ese es el único criterio válido, incluso si una porción importante de esa población ha sido expulsada al exilio. 

Los refugiados saharauis que viven desde 1975 instalados en la provisionalidad permanente de los campamentos de Tinduf, en Argelia, tienen todo el derecho a volver a casa. Mucho más dudoso es el derecho que pueda asistir a los colonos transportados desde Marruecos e incentivados económicamente. El reemplazo poblacional deliberado, urdido por un Estado en detrimento de otros y de la población preexistente, puede adquirir legitimidad pero se necesitan para ello al menos algunas generaciones. La recolonización marroquí del Sáhara Occidental es aún demasiado reciente.

Es sorprendente que Sánchez haya jugado la carta del Sáhara para congraciarse ahora con Marruecos. Es absurdo desde todas las perspectivas. Si es simplemente un gesto para recuperar las relaciones con Rabat, indica una desesperación absurda porque premiaría la arrogancia marroquí respecto a España, incluyendo episodios recientes como la presión migratoria o la extensión de las pretensiones de soberanía marítima. Si es una acción destinada a mejorar las pésimas relaciones de este gobierno con Washington, resulta absurda e inoportuna porque, si bien es cierto que la administración Biden no ha revertido el acto inconcebible de Donald Trump, realizado el último día de su mandato, casi con un pie en el helicóptero, también lo es que los demócratas actualmente en el poder están descafeinando el alcance del reconocimiento. Si es por Francia, el bandazo es absurdo porque de pronto nos sitúa en una posición más promarroquí que la de París. Y si es por nuestros intereses, es un acto irreflexivo y absurdo desde varias perspectivas. 

A la seguridad de Canarias no le interesa estar frente al centro de una larga costa marroquí. A la de Ceuta y Melilla no le interesa un cierre en falso del conflicto saharaui que permitirá a Rabat concentrarse en su obsesiva reclamación sobre las dos ciudades autónomas. En los diversos conflictos con Marruecos, desde los tráficos ilícitos hasta la pesca o las aguas territoriales, para nada nos ayuda esta cesión gratuita. En cuanto al prestigio internacional de España y su papel en el contencioso, una vez más quedamos a la altura del betún. 

Y por último, ¿a quién se le ocurre hacer esto justo ahora, justo cuando estábamos a punto de cerrar una sólida alianza con Argelia para abastecer de gas a toda Europa en sustitución de Rusia? ¿Qué pretende Sánchez, boicotear la operación que podría habernos convertido en una Noruega, un gran proveedor energético continental? Harán falta más gasoductos directos y evitar el posible chantaje marroquí, no convertir a Marruecos en partícipe del negocio. El ministro Albares ha tratado de minimizar y justificar lo actuado, pero estamos ante un bandazo insólito y se nos cae la cara de vergüenza a cuantos recordamos que los saharauis eran conciudadanos nuestros, muchos ya con DNI, y que por nuestra inmensa cobardía llevan medio siglo en guerra. Qué diferentes fuimos de Portugal, que defendió durante décadas a los habitantes de su colonia de Timor Oriental invadida por Indonesia y se salió finalmente con la suya. Qué inmensa ignominia, señor Sánchez, qué absoluta indignidad, qué acto tan ruin, tan cobarde y tan inhumano. 

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