La puerta 21

Publicado: 09 jun 2024 - 08:06

VIERNES, 7 DE JUNIO

Regreso al tema de la semana pasada. Es una obligación para mí escribir de una mujer excepcional. Allá a finales de los ochenta y en la década de los noventa hubo una puerta mítica que llegó a ser una leyenda. Te cuento, hermano lector. Entonces, en la calle Valle-Inclán había un centro de salud donde acudían los enfermos a sus médicos de cabecera. Me emociona escribir esto. La puerta 21 era como un santuario. A la entrada siempre había una pila de jóvenes pálidos y enfermizos. Fueron los primeros. Ya escribí que en esas décadas llegaron sin avisar y con fiereza las drogas duras y arramplaron con una generación completa.

Una maldición, se acababa de descubrir el VIH. La palabra SIDA imponía. Más que imponer, asustaba a todo el mundo, médicos y enfermeros. No había medicación. Los jóvenes vagaban por las calles como espectros. Cayeron los más atrevidos y tal vez los mejores. Muchos médicos no querían saber nada de aquella tribu tan desgraciada. Por el lado oscuro de la ciudad se empezó a correr la voz: “Allá en Valle-Inclán, en la puerta 21, hay un médico y una enfermera que te atienden con humanidad”. Cierto, tardaron mucho en llegar los primeros medicamentos.

Una maldición, se acababa de descubrir el VIH. La palabra SIDA imponía. Más que imponer, asustaba a todo el mundo, médicos y enfermeros.

Ay, es necesario recordar quiénes estaban detrás de aquella puerta 21. Allí estaba, siempre con buena disposición, un doctor solidario, Polo Álvarez, que había estudiado con pasión la enfermedad. Y a su lado, la enfermera Amparo García que conocía también muchas claves de este mal. Cierto, ambos lideraron en la ciudad la lucha contra el SIDA. Qué coincidencia, los dos son salmantinos. Cuando todos los médicos del centro ya se habían ido, ellos continuaban combativos en su consulta, cuántas veces hasta media noche, confortándoles y haciendo lo que podían para aliviar a aquella atormentada generación. Ay, jóvenes desvalidos que se sentaban en la estación a ver pasar trenes sin destino. Vagaban empalidecidos con pasos erráticos por las calles. Arrojaban botellas al Miño en un mensaje de SOS.

Prosigamos con la puerta 21. Hoy quiero escribir sobre esa mujer salmantina que formó dúo con el doctor. Amparo se acaba de jubilar, deja un enorme hueco y no miento, muchos de sus pacientes lloran su marcha. He conocido pocas personas con su vocación y que atendieran con tanta calidez a los chicos olvidados.

Ay, es necesario recordar quiénes estaban detrás de aquella puerta 21. Allí estaba, siempre con buena disposición, un doctor solidario, Polo Álvarez, que había estudiado con pasión la enfermedad.

Ayer estuve con ella. No sabía apenas de su vida. Ahora la entiendo mejor. “¿Sabes, Jaime? Mi padre, salmantino, fue médico. Asómbrate, tuvo diez hijos. Mis hermanos, excepto uno, todos hemos pertenecido al área sanitaria; médicos, farmacéuticos, psiquiatras, investigadores y enfermeras, como yo. Yo había ejercido en diversos lugares hasta que en el noventa llegué a la consulta de Polo. Allí me conciencié. Con él aprendí a tratar a la multitud de personas toxicómanas. Vi con qué profesionalidad los atendía. También percibí que sus colegas rehuían de estos pacientes. Mi padre siempre me dijo que había que atender con calor a todas las personas. Fueron años intensos”.

Le comento: “También duros, Amparo, podemos decir que falleció una generación completa. Tardó tanto en llegar el primer tratamiento”. Le digo: “Alguna vez escribí sobre tu compañera Almudena”.

Amparo responde: “Ella era valiente y muy cercana a las familias”. Amparo continúa: “Después pasé a la UCA, la Unidad de Conductas Adictivas. La llegada de algunos medicamentos mejoró la salud de estos pacientes, no te imaginas cuántos acuden allí cada día. Allí continué con mi labor al lado del doctor Flores”.

Nos despedimos. “Entonces, aquella generación no tenía información; lo que me entristece hoy es ver esas oleadas de chicos jóvenes enganchados al crack y a la moda de fumarlo en pipa. Cuánto afecta a su cuerpo y a sus neuronas”.

(Veo alejarse a buen paso a esta mujer de la puerta 21, de corazón grande y perpetua sonrisa. Y presiento que la habita una lágrima perenne).

Contenido patrocinado

stats