Chito Rivas
PINGAS DE ORBALLO
A sombra do poder
No falto a la verdad si afirmo que cada vez vivimos un mayor número de años, pero no siempre gozando de las mejores condiciones de salud y bienestar. En tal sentido, es bien sabido que los aumentos en la esperanza de vida al nacer no suelen venir acompañados en idéntica cuantía de una mayor esperanza de vida en buena salud, lo que se traduce en una frecuencia acrecentada de trastornos en edades avanzadas. Por tanto, parece razonable que aspiremos a un mejor ajuste entre longevidad y envejecimiento saludable, y a una mayor calidad de vida en las etapas postreras de nuestra existencia. En esta línea, no pocos trabajos de investigación aconsejan intensificar el énfasis en la prevención de enfermedades, en particular, de aquellas dolencias crónicas cuya probabilidad aumenta con la edad, y animan a incidir en el mantenimiento de la salud a lo largo de todo el ciclo vital.
¿Y cuál se intuye como camino a seguir en un escenario de esta naturaleza? Por supuesto, ser sensibles a la realidad que nos ha tocado vivir y entender que la longevidad es un logro de nuestra sociedad, un bien en sí mismo, un activo que debemos preservar, enriquecer y disfrutar colectivamente en las mejores condiciones posibles. Y, para ello, se requiere una mentalidad abierta, nuevos enfoques, avances en la investigación y en el conocimiento, y tal vez cambios en los Sistemas Nacionales de Salud, siendo conscientes de la previsible evolución de los escenarios demográficos, económicos y sociales. Es decir, estamos ante un reto que invita al análisis y a la reflexión, y justifica un debate profundo y sosegado que huya del cortoplacismo y de prejuicios que poco o nada tienen que ver con la realidad de los hechos.
Un debate crucial para Ourense en la medida en que nuestra provincia se suele identificar como potencial “zona azul” de la longevidad, es decir, como un espacio en el cual es perceptible una alta incidencia de casos de esta naturaleza, al tiempo que goza de una reconocida riqueza termal y de una acreditada capacidad investigadora en su Campus Agua.
De ahí que, en el marco de la Jornada Técnica sobre Longevidad, Termalismo y Finanzas Públicas, celebrada la semana pasada en la Facultad de Empresariales y Turismo, abordásemos la cuestión de la mayor esperanza de vida adoptando un enfoque multidisciplinar que, cuando menos, abarcase las dimensiones sanitaria, económica, jurídica, institucional y social del fenómeno. Un debate crucial para Ourense en la medida en que nuestra provincia se suele identificar como potencial “zona azul” de la longevidad, es decir, como un espacio en el cual es perceptible una alta incidencia de casos de esta naturaleza, al tiempo que goza de una reconocida riqueza termal y de una acreditada capacidad investigadora en su Campus Agua. Por tanto, desde el Foro de Debate y Divulgación Científica Ágora Termal, entidad organizadora de la jornada técnica referida, asumimos el reto de contribuir a la reflexión colectiva sobre los mecanismos que pueden sustentar un mayor ajuste entre longevidad y envejecimiento saludable, y con ello subrayar el papel que las instituciones públicas deberían desempeñar al respecto.
Porque a estas alturas del debate ciertas cuestiones parecen claras. Las proyecciones del Informe sobre el Envejecimiento publicado por la Comisión Europea en el año 2024 apuntan hacia un crecimiento a medio y largo plazo del gasto en sanidad, dependencia y pensiones derivado de una mayor longevidad en Europa, tanto en términos absolutos como atendiendo a su evolución comparativa con respecto al PIB comunitario. Predicción de la cual se desprende que, si deseamos aminorar la presión sobre las finanzas públicas, debamos apostar sin reservas por una mayor prevención de la salud, es decir, invertir en la promoción de la misma (que diría el Dr. Jiménez Martínez) a lo largo de todo el ciclo vital. Una recomendación que nos sitúa, entre otras cuestiones, en la conveniencia de revisar el protagonismo de las terapias y cuidados termales en el marco del catálogo de prestaciones del Servicio Nacional de Salud español y, por tanto, redimensionar la función de los balnearios como centros sanitarios.
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