Berto Manso
LA OPINIÓN
Sin puntas no hay victoria
TAL DÍA COMO HOY
Mañana 8 de agosto de 1897, recordamos uno de los varios magnicidios en España, Antonio Cánovas del Castillo, presidente del gobierno de España durante el reinado de Alfonso XII, estaba pasando unos días de descanso en el balneario de Santa Águeda en Guipúzcoa cuando un anarquista, esta vez italiano, le disparó causándole la muerte.
En nuestro país. Cuatro presidentes de gobierno más han sido asesinados desde hace 150 años
El asesino, Michele Angiolillo, fue detenido, juzgado y ejecutado inmediatamente.
El 12 de noviembre de 1912, el presidente del gobierno español y líder del partido liberal, José Canalejas, fue asesinado en el número 6 de la Puerta del Sol en Madrid mientras contemplaba el escaparate de la famosa librería San Martín. Su asesino, un anarquista llamado Manuel Pardiñas, se suicidó tras el atentado al verse acorralado por la policía.
No ha sido éste el único magnicidio ocurrido en nuestro país. Cuatro presidentes de gobierno más han sido asesinados desde hace 150 años.
Juan Prim y Prats fue herido de muerte en la calle de Alcalá el 27 de diciembre de 1870. No está probado, pero parece ser que los instigadores del hecho fueron el duque de Montpensier y el general Francisco Serrano, que querían hacer desaparecer a Prim por discrepancias políticas.
Otro de nuestros presidentes de gobierno víctima de un atentado mortal fue el gallego Eduardo Dato. Tras los asesinatos de Cánovas y Canalejas, el de Dato fue el tercer magnicidio durante el periodo de la Restauración. La tarde del 8 de marzo de 1921, mientras volvía a su casa, el coche en el que viajaba el mandatario fue acribillado a balazos (más de veinte), provocándole la muerte. Dato era así mismo líder del partido conservador.
El 20 de diciembre de 1973 Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno con Francisco Franco, fue víctima mortal de un atentado a manos de ETA cuando salía de misa en los jesuitas de la calle Serrano.
Cuando se forma un escándalo, altercado, gresca o alboroto desenfrenado; decimos que se “armó un buen Tiberio”.
En esta frase se alude a Tiberio, emperador romano que se hizo especialmente famoso por sus escándalos y excesos.
Entre éstos podemos hacer referencia a numerosos asesinatos (entre los que se encuentra el de su propia esposa, diversos familiares y gente cercana a su entorno; por lo que corría la leyenda de que no había familia en Roma que no tuviese algún familiar muerto a manos de este), orgías y otros de diversa consideración.
Generó en torno a su figura una imagen de tirano, de dictador cruel al que no le importaba matar a cuantos pudieran conspirar o enfrentarse a él.
Claudio Tiberio fue el segundo emperador romano. Hijo de Claudio Nerón y de Livia, se distinguió pronto por sus sobradas dotes militares. A la muerte de Augusto, se apoderó del Imperio, al que gobernó con acierto al principio.
Pero más tarde, tras el fallecimiento de su hijo adoptivo Germánico, se convirtió en un déspota despiadado. Hizo ejecutar a tal cantidad de senadores, amigos y parientes cercanos y lejanos que no había familia en Roma que dejara de contar entre sus miembros con alguna víctima sacrificada por este emperador cruel. De la infausta memoria de aquellos años de reinado abominable procede la expresión ‘armar un Tiberio’, que se emplea como sinónimo de confusión y alboroto.
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