Sonia Torre
UN CAFÉ SOLO
Las nostalgias
No entiendo porqué se ha puesto de moda en toda la prensa, intervenciones públicas y habla en general emplear la palabra “migrante”, a costa de la progresiva desaparición de “emigrante” e “inmigrante”.
Migrante es según la RAE la persona que migra, lo que entiendo yo quiere decir que define tanto al que llega como al que se va. Sin embargo la palabra se usa cada vez más para referirse solo a los inmigrantes, que son los que llegan.
Entiendo eso sí, que forma parte del creciente deterioro del lenguaje que supone la progresiva disminución y desaparición del vocabulario, un día el diccionario de la lengua española acabará ocupando solo un folio.
Un querido amigo ya fallecido me habló una vez de un buen maestro que tuvo en la infancia y que empleaba siempre varios sinónimos cuando les hablaba a él y a los chavales en clase.
Por ejemplo, si un chico se disculpaba por no haber hecho los deberes y empezaba a darle explicaciones al maestro de porqué, este lo cortaba en seco y lo mandaba callar con la siguiente frase que mi amigo no olvidó nunca: “Muchacho, no existe óbice, obstáculo, valladar o cortapisa para que usted no haya hecho los deberes.”
La anécdota me recordó una mía parecida que le conté a él y también le encantó.
En primero de bachillerato en los Maristas de Ourense el primer día de clase un maestro, que obviamente sería de la misma escuela formativa que el de mi amigo, nos preguntó a todos los alumnos, teníamos once años entonces, como decir once años de otra manera, sin utilizar la palabra años.
Si lo pensamos un poco, con este reduccionismo de la riqueza del lenguaje vamos camino de acabar convertidos todos en larvas u orugas que nunca llegan a completar su metamorfosis
Ninguno de nosotros supo dar ninguna respuesta. Entonces el maestro empezó a recitar muy despacio y con una sonrisa una larga e interminable letanía que empezaba así: “Once soles, once abriles, once primaveras, once otoños…” Una letanía que parecía no tener fin y de la que hoy ya no recuerdo como continuaba.
Supongo que eran maestros de una vieja escuela en la que estaría seguramente don Gregorio, el maestro de “La lengua de las mariposas“, entrañable y maravillosamente interpretado en la película de José Luis Cuerda por Fernando Fernán Gómez.
E imagino que en la novela de Manuel Rivas subyace la hermosa idea de que la espiritrompa de las mariposas es el equivalente de la lengua de los humanos, con la que nos alimentamos nosotros también de néctar. Si bien nuestro néctar son las palabras.
Así que si lo pensamos un poco, con este reduccionismo de la riqueza del lenguaje vamos camino de acabar convertidos todos en larvas u orugas que nunca llegan a completar su metamorfosis y no consiguen ser mariposas.
O sea, migrantes que se quedan a mitad de camino de su destino. Como los inmigrantes que se meten en una patera y la mala suerte hace que se ahoguen en el Mediterráneo o en el Atlántico.
Pero lo nuestro con la lengua no es mala suerte, lo estamos haciendo nosotros a propósito.
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